REFLEXIÓN COMUNITARIA EN TORNO AL SALMO 132
SALMO 132
Ved qué dulzura, qué delicia,
convivir los hermanos unidos.
Es ungüento precioso en la cabeza,
que va bajando por la barba,
que baja por la barba de Aarón,
hasta la franja de su ornamento.
Es rocío del Hermón, que va bajando
sobre el monte Sión.
Porque allí manda el Señor la bendición:
la vida para siempre.
El retiro puede
comenzar en la capilla y lo podemos hacer con el Santísimo expuesto. En este
caso se busca un canto apropiado para la Exposición. El tema central de retiro
será la llamada a vivir la santidad, desde la vida comunitaria, elemento
esencial de nuestro carisma agustino recoleto.
1. INTRODUCCIÓN AL RETIRO.
La liturgia, siempre maestra y
siempre sabia, acompaña los pasos de la historia y los orienta para vivir la
presencia de Jesucristo a través de los
grandes misterios de su vida. El mes de noviembre, enmarcado en el final del
año litúrgico con la solemnidad de Cristo
Rey, y otras fiestas como la de todos los santos, nos invita a pensar en
el final de los tiempos y sobre todo en la llamada a la santidad de todo
cristiano.
Desde esta llamada a la santidad,
exigencia del sacramento del Bautismo, queremos orientar el retiro del mes de
noviembre. Como comunidad agustino recoleta que se congrega en el nombre de
Cristo, la invitación a la santidad pasa necesariamente por la vida de
comunidad.
La vida comunitaria es un rasgo
esencial del monacato agustiniano. El comentario al salmo 132 es una de estas
obras en que se proyecta el pensamiento comunitario y lógicamente monástico de
san Agustín. Como introducción podemos señalar el significado que le da san
Agustín a cada uno de las alegorías que aparecen en el salmo:
El ungüento es
el Espíritu Santo; la cabeza es Cristo; la barba son
los apóstoles, la primera comunidad de Jerusalén, los perfectos (monjes);
Aarón, Cristo sacerdote; remate del vestido, perfección; remate del
cuello, los que cumplen la ley de Cristo por la concordia fraterna; traje sacerdotal,
Iglesia; rocío del Hermón, gracia de Dios; Hermón, Cristo; Montes de Sión,
apóstoles.
2. DOCUMENTO
PRIMERO
Reflexión sobre el salmo. “Deleitosa comunión la de
los santos”
“¡Ved, qué dulzura, qué delicia,
convivir los hermanos unidos!”. La comunidad, los hermanos, son “la voz”, son
la “trompeta” que suena por toda la
tierra, “el clamor de Dios”, el “grito del Espíritu Santo” el “pregón profético
que convoca a todos lo que anhelan vivir en comunidad”.[1]
Dice san Agustín: “Este salmo es muy breve, pero muy nombrado y
conocido. ¡Ved cuán bueno y deleitoso es habitar unidos los hermanos! Es tan
agradable este sonido, que aun los que ignoran el salterio cantan este verso.
Es tan dulce cuanto lo es la caridad, que hace habitar en unión a los hermanos.
Esto, hermanos: ¡Cuán bueno y deleitable es habitar los hermanos en unión!, no
necesita interpretación o explicación; pero lo que sigue encierra algo que debe
aclararse a los que llaman”[2].
Indudablemente, nuestra vida
consagrada agustino recoleta, es una verdadera expresión del amor de Dios.
Vivimos en comunidad para hacer realidad el verdadero significado de Cristo y
de su Iglesia, pues la unidad de corazones es la expresión del amor manifestado
en Jesucristo.
“Lo
vendieron cuanto poseían y colocaron el precio de sus bienes a los pies de los
apóstoles, según se lee en los hechos Apostólicos: y se distribuía a cada uno
conforme cada uno lo necesitaba, y nadie tenía propiedad, sino que todas las
cosas les eran comunes. ¿Qué significa en uno, o en unión, o unidos? Que tenían
una sola alma y un solo corazón en Dios. Luego ellos fueron los primeros que lo
oyeron. Pero no sólo lo oyeron ellos, no sólo llegó hasta ellos esta bendición
y unidad de los hermanos, sino que éste regocijo de caridad y ofrecimiento a
Dios llegó a los posteriores”[3].
La expresión del amor de Dios,
compartido en comunidad de hermanos, tal y como se manifiesta en nuestro
carisma. “Si la vida espiritual debe
ocupar el primer lugar en el programa de las familias de la vida consagrada”[4] deberá
ser ante todo una espiritualidad de comunión y comunitaria, como corresponde al
momento presente: “Hacer de la Iglesia la
casa y la escuela de la comunión: éste
es el gran desafío que tenemos ante nosotros en este nuevo milenio, si queremos
ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas
del mundo”[5].
En este camino de toda la Iglesia se
espera la decisiva contribución de la vida consagrada, por su específica
vocación a la vida de comunión en el amor. “Se
pide a las personas consagradas –se lee en Vita Consecrata- que sean
verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad
como testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima
de la historia del hombre según Dios”[6].
La dimensión comunitaria es esencial
a nuestro carisma agustino recoleto. Nuestro ideal es tener “una sola alma y un solo corazón dirigidos
hacia Dios”[7].
Si vivimos un proyecto común y ponemos los medios que conducen a este ideal,
aún con nuestras limitaciones y deficiencias, nuestras comunidades se pueden
presentar como casas y escuelas de comunión. La comunidad entendida como “lugar
teologal” donde se busca a Dios.
La búsqueda de Dios en comunidad es
de una gran actualidad en estos tiempos de individualismos y personalismos. Se
busca a Dios desde la gratuidad, desde el compartir cada día las experiencias
de oración, trabajo, problemas, alegrías, inquietudes. Esta búsqueda de Dios en
comunidad es una tarea activa, que exige donarse a los hermanos los unos a los
otros, para buscar a Dios.
Es tan rica nuestra espiritualidad y
sobre todo la doctrina agustiniana sobre la comunidad, que no se agota nunca en
las experiencias ya vividas. Se nos abre el horizonte en cada momento para
continuar proclamando que nuestra vida, “es el ungüento precioso que baja por
la barba”. Ese ungüento del que hablamos es el Espíritu Santo que habita en
aquellos que han sido llamados para vivir el gran ideal monástico.
Es también el “rocío del Hermón que
va bajando”. Ambas alegorías: “ungüento” y “rocío”, son manifestaciones de que
la vida fluye por doquier en cada comunidad agustino recoleta. “Allí manda el
Señor la bendición”. Su gracia, su entrega, su fidelidad, se manifiestan en
quienes, dejándolo todo, siguen a Cristo en comunidad de hermanos.
Finalmente, esta vida de la comunidad agustino recoleta, es
llamada para la santidad, y expresión de la santidad misma. Dios no se agota en
cada creyente, sino que se hace presente en quienes buscan la Verdad, y el
grupo de los “buscadores” es plural, inmenso, extenso. Así pues, la comunidad
agustino recoleta es expresión del amor de Dios, expresión de la santidad de
Cristo y de su Iglesia. Es una llamada constante a la santidad, desde la
aceptación, la fidelidad, la entrega amorosa de los unos a los otros y a Dios
mismo.
Oración recitada por todos.
Señor, Dios nuestro,
Bendito tu nombre por siempre,
Tu fidelidad es grande, y alabarte es un verdadero gozo.
Contempla nuestra unión de corazones en ti,
Nuestra historia personal, nuestras pobrezas.
Queremos vivir sólo para ti,
Buscarte, encontrarte, amarte siempre.
La comunidad es el camino que has trazado,
Para que vivamos siempre en ti, y para ti.
Es el camino del amor, de la alegría, del buen compartir,
Es también el camino de la aceptación, de la paciencia,
El camino de la superación.
Aquí nos tienes, Señor,
En torno a tu presencia, unidos en ti.
Danos tu Espíritu Santo para ser siempre
Fieles a ti, consecuentes a tu llamada.
Haznos, Señor, una sola alma y
un solo corazón en ti.
Amén.
* Canto a elegir.
Preguntas para la reflexión personal.
1.
¿Valoras más la vida de tu
comunidad desde los aspectos más teológicos o simplemente desde el ámbito de
las relaciones humanas?
2.
¿Qué importancia tiene para
ti el sentido de la búsqueda de Dios en comunidad de hermanos?
3.
¿Cuáles serían los valores a
destacar dentro de la vida de comunidad que nos ayudan a crecer en santidad?
DOCUMENTO
SEGUNDO.
LA COMUNIDAD, CAMINO DE SANTIDAD EN LAS CONSTITUCIONES
El “amor
castus”, negocio exclusivo del hombre con su Creador, y relación íntima de la persona con Dios, no
convierte al religioso en un solitario, sino que tiene fuerza de unión y es de
por si comunitario. Cristo, Verdad y Bien encarnados congrega a los dispersos y
los hace ser humanos por la comunión de la caridad. Dios se revela
especialmente en el ejercicio del amor fraterno; así lo describe san Agustín: “el es quien habita en los suyos y éstos son
su habitación. Porque los que viven en la casa de Dios son ellos también la
casa de Dios”[8].
No hace
mucha falta recordar que este matiz fraternal es una de las notas más
característica del carisma agustino recoleto, que tanto han destacado muchas
generaciones de religiosos, y por el testimonio de muchos fieles que así nos
han visto y así han lo han afirmado.
San
Agustín nos insiste que recemos para poder llevar a la práctica aquel ideal que
san Lucas refleja en los Hechos de los Apóstoles y que era la característica se
la primitiva comunidad de Jerusalén. Nuestras Constituciones colocan dicha cita
como punto de referencia para poder ser imitadores de tan gran realidad.
La Lumen Gentium del Concilio Vaticano II
nos dice que “la Iglesia es misterio de
comunión y sacramento de unidad”[9].
En la comunidad agustino recoleta, todos somos hermanos, que tienen un sólo
corazón y un sólo alma, que todo los comparten y tiene en común lo espiritual y
lo material, podríamos decir.
Nuestras
Constituciones nos hablan de la gran
posesión común que es Dios; incluso que el alma de cada religioso es también
posesión común. De aquí se deducen conclusiones importantísimas. La vida de
cada hermano en la comunidad ha de ser vigilada y cuidada por todos. Si un
hermano ofende a Dios, la comunidad es la que se siente también pecadora; si un
hermano vive una entrega plena al Señor, la comunidad se alegra y recibe los
frutos de esa santidad de vida. Tal es
la profundidad de todo esto, que es necesario meditarlo casi a diario para no
perder el verdadero sentido de nuestra comunidad. De ahí que la corrección
fraterna, practicada y acogida con humildad, ha de ser un instrumento que nos
ayude a todos a crecer en santidad y en amor hacia los demás.
La
comunidad trata de expresar esa unidad de la Iglesia. “Se pide a las personas consagradas, que sean verdaderamente expertas en
comunión y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de
aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia de hombre
según Dios”[10].
Según Juan
Pablo II, la “espiritualidad de comunión
significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que
habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los
hermanos que están a nuestro lado, y además, espiritualidad de comunión
significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo
místico y, por tanto, uno que me pertenece. De este principio derivan con
lógica apremiante algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar:
compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus deseos y
atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y profunda amistad.
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay
de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; e saber
dar espacio al hermano llevando mutuamente los unos las cargas de los otros”[11].
Esta
realidad eclesial, que como vemos destacan nuestras constituciones, tiene que
constituirse en verdadero ejercicio de fidelidad a nuestro carisma recoleto. “En estos años las comunidades y los diversos
tipos de fraternidades de los consagrados se entiende más como lugar de
comunión, donde las relaciones aparecemos formales y donde se facilita la
acogida y la mutua comprensión. Se descubre el valor divino y humano de estar juntos gratuitamente, como
discípulos y discípulas en torno a Cristo Maestro, en amistad, compartiendo
también los momentos de distensión y de esparcimiento”[12].
Hoy día no
podemos renunciar al fenómeno de la interculturalidad. Nuestras comunidades,
cada vez son menos “uniformadas” en cuanto a la edad y a la procedencia de las
personas. Algunas congregaciones han preferido todavía uniformarlas, para
evitar posibles enfrentamientos, constituyendo comunidades con hermanos o
hermanas de una edad más o menos semejante, o pertenecientes a una misma
nación. Sin embargo, no sería agustiniano el que nosotros asumiéramos dichas
realidades. El sentido eclesial que mana de nuestras Constituciones nos anima a
emprender nuevos retos. “Las comunidades
multiculturales e internaciones, llamadas a dar testimonio del sentido de la
comunión entre los pueblos, las razas, las culturas, en muchas partes son ya
una realidad positiva, donde se experimentan conocimiento mutuo, respeto,
estima, enriquecimiento”[13].
En esta
línea del misterio de la comunión, “la comunidad religiosa es manifestación
palpable de la comunión que funda la Iglesia, y al mismo tiempo, profecía de la
unidad a la que tiende como a su meta última”[14].
El
Documento Congregavit nos in unum,
llama a los religiosos “expertos en comunión”. Si esto es común a todos los
religiosos, los agustinos recoletos nos tendríamos que llamar no sólo expertos
en comunión, sino también maestros.
Las
Constituciones destacan como valor fundamental de testimonio agustino recoleto
el que los hermanos son una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios.
Este es el testimonio que ha de darse, como una fidelidad esencial al carisma
recoleto. Si en esto no nos ejercitamos, estaremos atentando gravemente con
nuestro carisma.
A veces
resulta penoso como no somos capaces de valorar esta gran riqueza que tenemos a
nuestro lado que son los hermanos de comunidad. Cierto que la vida de comunidad
en infinidad de ocasiones es una prueba para ejercitar la humildad y la
caridad. De ello nos hablan también las Constituciones. Pero nunca podremos
dejar de defender al hermano que comparte con nosotros un ideal de vida.
A veces
también se prefieren a otras personas que no forman parte de la comunidad,
familias, amigos... En ocasiones se sitúan en un plano muy por encima del plano
comunitario. Incluso llegamos a compartir experiencias humanas y espirituales
de una manera mucho más profunda que en la
comunidad misma. Si esto sólo lo hacemos con la gente seglar que nos
acompaña, nos indica que algo muy serio esta pasando en la comunidad, entre los
hermanos, en la vida misma.
Muchas
veces, como ejecutivos cansados de una jornada laborar, nos sentamos en
nuestras confortables salas de recreo, para buscar ansiosamente noticias,
programas de televisión, deportes... Y no es que esté mal, lo será cuando día tras día, año tras año, no nos vamos
dando cuenta de lo que significa la vida de comunidad. “Ordena lo externo, fiel trasunto de lo interior, al servicio del
Espíritu de Cristo, que la vivifica para su cuerpo”[15].
La
comunidad agustino recoleta ha de manifestar una realidad de paz y de
concordia. Este es el buen olor de Cristo que brota en el corazón de cada
comunidad. Nos dice Vita Consecrata,
que “todos los religiosos, queriendo
poner en práctica la condición evangélica de discípulos, se comprometen a vivir
el mandamiento nuevo del Señor, amándose unos a otros como El nos ha amado. El
amor llevó a Cristo a la entrega de sí mismo hasta el sacrificio supremo de la
Cruz. De modo parecido entre sus discípulos no hay unidad verdadera sin este
amor recíproco incondicional, que exige disponibilidad para el servicio sin
reservas, prontitud para acoger al otro tal como es, sin juzgarlo, capacidad de
perdonar hasta setenta veces siete”[16].
Así mismo,
se nos insiste a ponerlo todo en común, incluso las tareas apostólicas. Como
agustinos recoletos, desde la comunidad, tenemos que compartir nuestro trabajo
apostólico. Qué testimonio damos de unidad a la Iglesia cuando trabajamos en
una misma dirección. Cuando existe ayuda y colaboración entre unos y otros.
Esto siempre ha sido una característica esencial entre los frailes recoletos,
pero hay que tener cuidado, puesto que existe cada vez, y con más fuerza, la
tentación del individualismo. La comunidad
tiene que hacer frente a dicha tentación creando espacios cada vez más
sinceros, donde se abran nuevos horizontes en el compartir, desde Cristo, todos
juntos una tarea.
Este es el
camino que nos señalan las Constituciones: los hermanos se aman, se honran
recíprocamente, se entregan y sirven, se soportan y perdonan, se corrigen, se
ayudan y tratan con delicadeza. Conviven en amistad, dialogan en clima de
confianza, socorren a los enfermos, consuelan a los desanimados, se
complementan y alegran con los triunfos del otro. Esta paz y concordia entre
los religiosos son señal cierta de que el Espíritu Santo vive en ellos, y de
tal comunidad fluye por doquier el buen olor de Cristo, por lo que debemos
atender a este propósito.
En estos
tiempos de crisis vocacional, tal vez estemos necesitando presentar unas
comunidades donde se vivía mejor todo esto que dicen nuestras constituciones.
Qué buen reclamo vocacional sería el ofrecer comunidades de hermanos, que desde
su sencillez, desde su pobreza, intensan amarse cada día desde Cristo.
Es muy
importante este dato, sólo desde Cristo se pueden amar los hermanos. La
amistad, a la cual no exhorta san Agustín en la Regla, no es una amistad carnal
sino espiritual. En la vida de comunidad hemos de ejercitarnos continuamente en
esa autotrascendencia para poder valorar y aceptar al hermano desde Dios. Este
sería un gran reclamo para todos aquellos que quieran vivir nuestra vida.
Las
Constituciones recogen este santo propósito de la comunidad, como un regalo del
Espíritu, como un don. No es una imposición, es un don muy preciado que nos
ofrece a todos los agustinos recoletos.
Hay un
elemento que en las Constituciones puede echarse de menos en la presentación
del carácter comunitario: la Eucaristía. Esta se presenta en una línea
agustiniana en los nn. 64, 67 y 151, hablando de la comunidad. Pero san Agustín
dice algo más, él pone en relación directa el ser de la comunidad con la
Eucaristía, y precisamente a través del término casa del salmo 67.
“Discutían
entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia,
y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí:
somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su
casa de una misma manera”[17].
Oración
recitada por todos:
Ven, Señor
sobre cada uno de nosotros,
Ven sobre
nuestras vidas deseosas de entregarse a ti,
Ven sobre cada
uno de nuestros hermanos,
Ven sobre los
que más necesitan de ti,
Ven sobre los
enfermos y débiles,
Ven sobre los
que tambalean en su fe,
Ven sobre
quienes más responsabilidad tienen,
Ven sobre
quienes no descansas por estar junto a tu sagrario,
Ven sobre
aquellos que viven pobres, con la única riqueza necesaria,
Ven sobre quienes
están siempre disponibles,
Ven sobre los
que trabajan en la vanguardia de la acción misionera,
Ven sobre los
que muchas veces están solos en la misión,
Ven sobre
aquellos que acompañan muchas almas,
Ven sobre
nuestro educadores y formadores,
Ven sobre nuestras
comunidades, Señor.
Preguntas para
la reflexión personal.
En éste documento se estudian los
aspectos de la vida comunitaria desde el ámbito de nuestras constituciones y de
otros documentos eclesiales. En el momento concreto del día de retiro, en la
vida de la comunidad local, en tu situación personal:
¿Cuáles son
los aspectos más importantes que rescatarías del documento, de cara a una
vivencia más auténtica de los valores comunitarios?
¿Qué
propuestas sugieres desde ti, desde tu vida personal, que ayuden a crecer en el
amor y la entrega a los hermanos que habitáis en la misma comunidad?
4. CELEBRACIÓN
DE LA PALABRA
Como momento
final del día de retiro, puede tener lugar una celebración de Palabra, o bien
ajustar alguno de los textos a la celebración de Vísperas o en algún momento de
la Eucaristía. También se puede hacer con la Exposición del Santísimo.
- Ambientación
En un lugar visible, pueden colocarse unas
lámparas o velas, al ser posible distintas, y que en número sean que igual que
los miembros que componen la comunidad. En el centro se puede situar un icono
del Señor.
- Monición de entrada
Hermanos, al concluir éste día de retiro, nos
congregamos en comunidad de hermanos para expresar nuestra fe y nuestra vida en
torno a Cristo. En cada momento de nuestra historia, nos hace una llamada a la
santidad, que debe estar animada en la alegre y gozosa vivencia de la
fraternidad. Vivir con una sola alma y un solo corazón en torno a Cristo, gran
ideal agustiniano, nos une ahora en la oración y en la plegaria al Padre.
Canto:
Junto a ti al caer
de la tarde
y cansados de
nuestra labor,
te ofrecemos, con
todos los hombres,
el trabajo, el
descanso, el amor.
Con la noche las
sombras nos cercan
y regresa la
alondra a su hogar;
nuestro hogar son
tus manos, ¡oh Padre!,
y tu amor nuestro
nido será.
Cuando al fin nos
recoja tu mano
para hacernos
gozar de tu paz,
reunidos en torno a
tu mesa,
nos darás la
perfecta hermandad.
Lectura de la Palabra de Dios. Col 3, 9-17
Despojaos del
hombre viejo con sus obras,
y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando
hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador,
donde
no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo,
libre, sino que Cristo es todo y en todos.
Revestíos, pues, como elegidos de
Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia,
soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente,
si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también
vosotros.
Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de
la perfección.
Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella
habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.
La palabra
de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con
toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados,
y todo
cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias por su medio a Dios Padre.
Oremos a
continuación con las fuentes agustinianas que nos hablan de la comunidad y la
vida fraterna.
Lector 1:El ánimo fraterno,
cuando aprueba algo en mí se goza en mí y cuando reprueba algo en mí se
contrista por mí, porque, ya me apruebe, ya me repruebe, me ama (C 10,4,5).
Lector 2: Somos, en efecto,
todos a la vez y cada uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar
en la concordia de todos y en cada uno en particular (CD 10,3,2).
Lector 3: ¿Por qué no hablas de
los buenos? Tú pones por los suelos a quienes no pudiste tolerar y no hablas de
los que a ti te toleraron (CS 99,12).
Lector 4: Cualquiera que anhele
sincera y ardientemente en esta peregrinación la compañía de Dios, se
acostumbra a preferir las cosas comunes a las propias, no buscando sus cosas,
sino las de Jesucristo (CS 105,34).
Lector 1: Luego, hermanos, abstengámonos de la
posesión de cosa particular, y, si no podemos en la realidad, a lo menos por el
afecto, y hagamos lugar al Señor (CS 131,6).
Lector 2: "¡Cuan bueno y
deleitoso es habitar los hermanos en unión!"... Estas palabras del
Salterio, este dulce sonido, esta grata melodía tanto en el cántico como en la
comprensión, dio origen a los monasterios. Ante esta voz se animaron los
hermanos que anhelaron habitar unidos... (CS 132,2).
Lector 3 : Dado que hablamos
del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más ligeros, esperad
a los más lentos y caminad todos a la par (S 101,9).
Lector 4: Llevamos unos las
cargas de los otros en lo que se refiere al peso de la debilidad, y cada uno
llevará la suya propia por lo que respecta a la piedad (1636,2).
Lector 1: En cuanto a bienes
espirituales, considera tuyo lo que amas en el hermano, y él considere suyo lo
que ama en ti (S 205,2).
Lector 2: Por tanto, si los
hermanos quieren vivir en concordia, no han de amar la tierra; mas para no amar
la tierra dejen de ser tierra (S 359,2)
Lector 3: Tened compasión y
caridad; demostrad a los hombres que no buscáis una vida fácil en la holganza,
sino el reino de Dios en el estrecho y áspero camino de este compromiso (TM 28,36).
Lector 4: La caridad, de la cual está escrito "que no
busca sus propios intereses", se entiende
de este modo: que antepone las cosas comunes a las propias, no las propias
a las comunes (R 5, 2).
a las comunes (R 5, 2).
Oración a María, Madre y Señora
de la comunidad.
María, Madre de la comunidad
agustino recoleta,
Señora del Sí, Señora de la fe.
A ti acudimos, implorando tu
auxilio materno,
En ti depositamos toda nuestra
vida,
La vida de la comunidad.
Eres fortaleza y ánimo para
nuestras vidas,
Manjar de gracia y salvación,
Estrella en cada uno de los
acontecimientos cotidianos,
Eres consolación y consuelo,
alivio y fortaleza.
Madre de Dios y Madre nuestra.
Danos el don de la fe,
De la cual estuviste llena,
Para contemplar la vida y
nuestras vidas desde la fe.
Danos el don de la fidelidad,
Con tu Sí pleno al proyecto de
Dios
Para responder fielmente a la
llamada de Dios.
Danos el don de la humildad,
Esclava del Señor fuiste,
Para enseñar al mundo la
verdadera sabiduría del Evangelio.
Danos el don de la pobreza,
Aquella pobreza de Belén y
Nazaret,
Para poder entonar cada día tu
Magníficat.
María, Madre de Consolación,
Acompaña nuestros pasos,
Orienta toda nuestra vida a Cristo.
Amén.
Canto del Salmo 132.
Al finalizar el
día de retiro, y esta celebración de la Palabra, cantamos el salmo 132, como
expresión agustiniana del nuestra vida común. El Señor hace posible en cada uno
de nosotros el don de la fraternidad como camino de santidad.
[1] Enarr. in ps. 132, 1.7.9.12
[2] Enarr. in ps. 132, 1
[3] Enarr. In ps. 132,1
[4] Vita
consecrata 94
[5] Vita
consecrata 93
[6] Caminar desde
Cristo 28
[7] Cf . Const. Oar 15
[9] Lumen Gentium 1.
[10] Caminar desde Cristo, 28
[11] Caminar desde Cristo 29
[12] Ibidem
[13] Ibidem
[15] Const. Oar nº 20.
[16] Vita
consecrata 42.
[17] In Io. Ev. 26
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