El introito “Puer natus” es, sin duda alguna, una de las
piezas más conocidas del repertorio gregoriano y se ha convertido en símbolo de
la antigua tradición monódica navideña.
El "Graduale Romanum" lo sitúa en la apertura de la misa del día, la tercera de las tres misas de Navidad. Según una tradición que se remonta al siglo VI, efectivamente, la Navidad conoce tres distintos formularios litúrgicos: la misa de la noche, la de la aurora y la del día.
Sin embargo, la Iglesia de Roma conocía en origen una sola eucaristía para la Navidad – celebrada en la basílica de San Pedro – y, precisamente, la que se convirtió seguidamente en la tercera misa “in die”.
La primera misa “in nocte” se origina por el desarrollo de la vigilia nocturna que, bajo el impulso del Concilio de Éfeso del 431 - que atribuyó a María el título de “theotòkos”, madre de Dios –, concluía con una misa papal en la basílica romana de Santa María la Mayor.
La misa "in aurora” se incluyó posteriormente entre las dos porque el Papa, en su camino de vuelta a San Pedro, introdujo la costumbre de celebrar una misa para los griegos en la iglesia de Santa Anastasia.
Es interesante observar, por tanto, que para la Navidad el grado de importancia de las celebraciones litúrgicas está invertido respecto a la Pascua. En Navidad la misa principal es la del día y las celebraciones nocturnas y matutinas se añadieron más tarde. Al contrario, para la Pascua la liturgia principal – a su vez centro de todo el año litúrgico – está constituida por la vigilia nocturna, mientras que la misa del día la completó más tarde.
Es útil recorrer el itinerario trazado por los introitos de los tiempos de Adviento y Navidad también a la luz de la evolución histórica que ahora hemos recordado.
En la misa del día, el Hijo engendrado por el Padre, nueva luz que resplandece sobre nosotros, toma forma en el “Puer natus”.
Sigue siendo Isaías 9 quien ofrece el texto a este introito, allí donde el profeta anuncia el nacimiento de un “niño”: traducción correcta, ésta, del término “puer” que resuena desde el primer momento con toda su fuerza, pero que exige ser enriquecida de sentido. La impronta mesiánica de ese “puer” invita, efectivamente, a dilatar su comprensión hacia una perspectiva bastante más amplia que la atmósfera del pesebre. El mismo “niño” es inmediatamente entendido como “siervo”, llamado a realizar el plan salvífico del Padre y sobre cuyo hombro – como advierte la segunda frase del mismo introito – ha sido situado todo el poder.
El análisis del fraseo musical aclara y confirma dicha lectura exegética, en verdad bastante distante de la idea corriente de los cantos de Navidad.
Considerando la primera frase, podemos notar que el verdadero énfasis está puesto en dos palabras: “puer”, al principio de la pieza, y “datus”, en la segunda parte de la frase. Las sílabas de acento de estas dos palabras están dotadas de figuras neumáticas – de dos y tres notas respectivamente – que los estudios más recientes han descubierto que son verdaderos puntos de fuerza del fraseo. El intervalo de quinta entre las dos notas iniciales de valor alargado, por ejemplo, representa para el canto gregoriano el máximo impulso melódico posible entre dos notas consecutivas. De otra naturaleza melódica, pero de misma densidad expresiva, aparece la sucesión de tres notas sobre el acento de “dàtus”.
Por tanto, el corazón de esta primera frase se puede resumir en el binomio “puer datus”. En sustancia, lo que se resalta es la dimensión del don, de la entrega, que toda la humanidad ha recibido con la encarnación del Hijo de Dios.
En un juego infinito de recuerdos y de alusiones, que vivifican el tejido gregoriano, no podemos olvidarnos que en la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero – conclusión ideal del tiempo navideño –, el introito empieza precisamente con “Suscepimus, Deus, misericordiam tuam” (Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia), en cuyo incipit encontramos, no por casualidad, esa especial fórmula de fuerte acentuación que había caracterizado la apertura del introito “Rorate caeli” del cuarto domingo de Adviento. La “misericordia" recibida es Cristo mismo, entregado como don por su Padre a la humanidad (“Puer natus”) y ofrecido por la Virgen María al anciano Simeón en el templo (“Suscepimus”).
Completando el fraseo de la primera parte de nuestro introito, asombra el hecho de que “nobis” reciba un énfasis decididamente menor al de "puer" y "datus". Este “nobis”, que normalmente se traduce de manera apresurada como “por nosotros”, significa más simple y literalmente “a nosotros”. Los textos de la Navidad permanecen en esta lógica: el “pro nobis” (por nosotros) pertenece a un desarrollo sucesivo que volveremos a encontrar al inicio y dentro de la Semana Santa: “Christus factus est pro nobis usque ad mortem”. Es sólo allí que el “por nosotros” – añadido por la liturgia como tensión expresiva del texto original paulino – surgirá con toda su fuerza.
La segunda frase del introito – “cuius imperium super humerum eius” (estará el señorío sobre su hombro) – concreta el sentido de la primera: el acento sobre “imperium” representa la cima melódica de la pieza y, por esto, se convierte en el momento supremo del discurso musical. Pero todo el proceso fluido de la melodía circunstante atenúa y subordina dicho énfasis a la verdadera “manifestación” de la realeza y de la potestad de Cristo, que se realizará en la solemnidad de la Epifanía.
El recitativo sobre el do agudo que sostiene la última frase “et vocabitur…” lo confirma. Los valores de las figuras neumáticas – como se deduce de las notaciones adistemáticas añadidas a la notación cuadrada – son en su totalidad ligeros y la modalidad en "tetrardus auténtico" (séptimo modo), perentoriamente declarada por el intervalo de quinta al inicio de la pieza, se dobla hacia la conclusiva zona “plagal” (octavo modo), decididamente más contenida y menos exuberante.
El "Graduale Romanum" lo sitúa en la apertura de la misa del día, la tercera de las tres misas de Navidad. Según una tradición que se remonta al siglo VI, efectivamente, la Navidad conoce tres distintos formularios litúrgicos: la misa de la noche, la de la aurora y la del día.
Sin embargo, la Iglesia de Roma conocía en origen una sola eucaristía para la Navidad – celebrada en la basílica de San Pedro – y, precisamente, la que se convirtió seguidamente en la tercera misa “in die”.
La primera misa “in nocte” se origina por el desarrollo de la vigilia nocturna que, bajo el impulso del Concilio de Éfeso del 431 - que atribuyó a María el título de “theotòkos”, madre de Dios –, concluía con una misa papal en la basílica romana de Santa María la Mayor.
La misa "in aurora” se incluyó posteriormente entre las dos porque el Papa, en su camino de vuelta a San Pedro, introdujo la costumbre de celebrar una misa para los griegos en la iglesia de Santa Anastasia.
Es interesante observar, por tanto, que para la Navidad el grado de importancia de las celebraciones litúrgicas está invertido respecto a la Pascua. En Navidad la misa principal es la del día y las celebraciones nocturnas y matutinas se añadieron más tarde. Al contrario, para la Pascua la liturgia principal – a su vez centro de todo el año litúrgico – está constituida por la vigilia nocturna, mientras que la misa del día la completó más tarde.
Es útil recorrer el itinerario trazado por los introitos de los tiempos de Adviento y Navidad también a la luz de la evolución histórica que ahora hemos recordado.
En la misa del día, el Hijo engendrado por el Padre, nueva luz que resplandece sobre nosotros, toma forma en el “Puer natus”.
Sigue siendo Isaías 9 quien ofrece el texto a este introito, allí donde el profeta anuncia el nacimiento de un “niño”: traducción correcta, ésta, del término “puer” que resuena desde el primer momento con toda su fuerza, pero que exige ser enriquecida de sentido. La impronta mesiánica de ese “puer” invita, efectivamente, a dilatar su comprensión hacia una perspectiva bastante más amplia que la atmósfera del pesebre. El mismo “niño” es inmediatamente entendido como “siervo”, llamado a realizar el plan salvífico del Padre y sobre cuyo hombro – como advierte la segunda frase del mismo introito – ha sido situado todo el poder.
El análisis del fraseo musical aclara y confirma dicha lectura exegética, en verdad bastante distante de la idea corriente de los cantos de Navidad.
Considerando la primera frase, podemos notar que el verdadero énfasis está puesto en dos palabras: “puer”, al principio de la pieza, y “datus”, en la segunda parte de la frase. Las sílabas de acento de estas dos palabras están dotadas de figuras neumáticas – de dos y tres notas respectivamente – que los estudios más recientes han descubierto que son verdaderos puntos de fuerza del fraseo. El intervalo de quinta entre las dos notas iniciales de valor alargado, por ejemplo, representa para el canto gregoriano el máximo impulso melódico posible entre dos notas consecutivas. De otra naturaleza melódica, pero de misma densidad expresiva, aparece la sucesión de tres notas sobre el acento de “dàtus”.
Por tanto, el corazón de esta primera frase se puede resumir en el binomio “puer datus”. En sustancia, lo que se resalta es la dimensión del don, de la entrega, que toda la humanidad ha recibido con la encarnación del Hijo de Dios.
En un juego infinito de recuerdos y de alusiones, que vivifican el tejido gregoriano, no podemos olvidarnos que en la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero – conclusión ideal del tiempo navideño –, el introito empieza precisamente con “Suscepimus, Deus, misericordiam tuam” (Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia), en cuyo incipit encontramos, no por casualidad, esa especial fórmula de fuerte acentuación que había caracterizado la apertura del introito “Rorate caeli” del cuarto domingo de Adviento. La “misericordia" recibida es Cristo mismo, entregado como don por su Padre a la humanidad (“Puer natus”) y ofrecido por la Virgen María al anciano Simeón en el templo (“Suscepimus”).
Completando el fraseo de la primera parte de nuestro introito, asombra el hecho de que “nobis” reciba un énfasis decididamente menor al de "puer" y "datus". Este “nobis”, que normalmente se traduce de manera apresurada como “por nosotros”, significa más simple y literalmente “a nosotros”. Los textos de la Navidad permanecen en esta lógica: el “pro nobis” (por nosotros) pertenece a un desarrollo sucesivo que volveremos a encontrar al inicio y dentro de la Semana Santa: “Christus factus est pro nobis usque ad mortem”. Es sólo allí que el “por nosotros” – añadido por la liturgia como tensión expresiva del texto original paulino – surgirá con toda su fuerza.
La segunda frase del introito – “cuius imperium super humerum eius” (estará el señorío sobre su hombro) – concreta el sentido de la primera: el acento sobre “imperium” representa la cima melódica de la pieza y, por esto, se convierte en el momento supremo del discurso musical. Pero todo el proceso fluido de la melodía circunstante atenúa y subordina dicho énfasis a la verdadera “manifestación” de la realeza y de la potestad de Cristo, que se realizará en la solemnidad de la Epifanía.
El recitativo sobre el do agudo que sostiene la última frase “et vocabitur…” lo confirma. Los valores de las figuras neumáticas – como se deduce de las notaciones adistemáticas añadidas a la notación cuadrada – son en su totalidad ligeros y la modalidad en "tetrardus auténtico" (séptimo modo), perentoriamente declarada por el intervalo de quinta al inicio de la pieza, se dobla hacia la conclusiva zona “plagal” (octavo modo), decididamente más contenida y menos exuberante.
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