domingo, 26 de julio de 2015

4. LA INICIACIÓN CRISTIANA



TEMA 4: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA



                                      El término "iniciación" significa introducción, del latín initia (neutro plural) que deriva de in-iter (= ingreso en el camino, encaminamiento). Ritos de iniciación se encuentran en casi todas las religiones; no sólo en las "mistéricas", sino especialmente en las primitivas. El individuo, mediante los ritos de iniciación, es introducido en la comunidad y en la posesión de todo el patrimonio de que ésta dispone.

Sin embargo, la iniciación cristiana, antes que en la religiosidad natural, halla sus inmediatos antecedentes históricos en el judaismo. En efecto, más allá de su origen sobrenatural, la iniciación cristiana se especifica precisamente teniendo en cuenta el tipo de religiosidad en que se inserta, que es una religiosidad histórica y no simplemente cósmica; introduce en una historia en la que Dios y el hombre son simultáneamente protagonistas y de la que el iniciado, a su vez, se hace actor.

La iniciación cristiana es un proceso formativo que incluye unas etapas sacramentales: "Los que han recibido de Dios la fe en Cristo por la Iglesia, deben ser admitidos con ceremonias litúrgicas al catecumenado... Después, liberados, mediante los sacramentos de iniciación cristiana, del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y celebran el memorial de la muerte y resurrección del Señor con todo el Pueblo de Dios". (AG 14; cf. Praenotanda generalia 1, de los Rituales del Bautismo de niños y de la OICA.

Bautismo-confirmación-eucaristía son un solo conjunto sacramental. San Agustín expresó con gran fuerza de imágenes la dinámica que une los tres gestos sacramentales de la iniciación: "puestos en el granero" en el momento del ingreso en el catecumenado, durante todo ese tiempo habéis sido "macerados con los ayunos y exorcismos"; luego os habéis acercado a la "fuente bautismal" para ser "impregnados de agua"; después habéis sido "cocidos al fuego del Espíritu" y "os habéis convertido en pan del Señor. Sed pues lo que veis y recibid lo que sois". (Cf. Agustín, Sermo 227 y 272). La eucaristía se distingue de los otros dos sacramentos porque puede repetirse a lo largo de la vida, haciendo así permanente hasta la muerte la iniciación inaugurada por el bautismo-confirmación. La eucaristía es sacra­mento de la iniciación, pero también es sacramento de los iniciados.




1. El desarrollo histórico de la iniciación cristiana

En los primeros siglos de la Iglesia la iniciación cristiana se realizaba pro­gresivamente, y tenía su eje en los tres ritos sacramentales administrados en una única celebración. A continuación, diversos factores contribuyeron a des­ligar entre sí los tres sacramentos e incluso a cambiar el orden de celebración. Es una historia compleja de la que se ofrecen los datos esenciales.

La época apostólica

Los datos precisos que el Nuevo Testamento ofrece sobre la iniciación cristiana son pocos. No se habla de un verdadero ritual de iniciación. El hecho más notable es descrito en Hch 2 en que aparece esta secuencia: anuncio de la salvación dada en Jesús, el crucificado resucitado (2,22-36); petición por parte de los que se abren a la fe y respuesta de Pedro que exige conversión, bautismo en el nombre de Jesús, recepción del don del Espíritu (2,37-41); inserción en la comunidad que es asidua en la escucha de la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan (eucaristía) y en las oraciones (2,42-48).

La predicación de los apóstoles generalmente va seguida de la conver­sión y de la recepción de los sacramentos (cf. Hch 8,34-38; 10,34-48; 16,25-34; 18,5-8; 19,4-6). Esta estructura de la iniciación cristiana es descrita sintética­mente en Ef 1,13: "Y también vosotros -que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis creído- habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido".
Durante la época apostólica, y también du­rante muchos siglos, el rito de la confirmación forma parte de las ceremonias conclusivas del bautismo. Por tanto, es difícil distinguir desde el punto de vista ritual el bautismo y la confirmación, tal como son distinguibles en nuestros días.


 
Del siglo II al V

La elaboración de un ritual orgánico y completo empieza a dibujarse en la edad subapostólica, y ya es un hecho consumado en el siglo III.
En la Didaché, que habla del bautismo después de haber expuesto la doctrina de las "dos vías", hay conexión entre enseñanza o catequesis y bautismo, que va precedido por el ayuno. (Cf. Didaché 7,1-4.) Al tema del bautismo le sigue el del Padrenuestro y de la eucaristía, lo cual podría ser un indicio del itinerario de la iniciación cristiana. El mismo itinerario se encuentra en la Apología I de Justino, donde es más clara la relación entre catequesis y baño bautismal. En la descripción de Justino se entrevé ya un esbozo de catecumenado (Cf. Justino, Apología 1,61 a 65).

Más importante es el testimonio de la Tradición apostólica de Hipólito de Roma en la primera mitad del siglo III. Este documento ofrece desde el capítulo 15 al 21 un ritual prácticamente completo de la iniciación cristiana (Cf. La Tradition Apostolique de Saint Hippolyte. Essai de reconstitution, por B. Botte, Aschendorff, Münster W. 1963, pp. 33-59).

Se distinguir en el mismo cinco etapas:

1-    La presentación de los candidatos y su admisión después de un severo examen.
2-    El período del catecumenado, generalmente tres años, que comprende la catequesis, la oración y la imposición de la mano hecha por el catequista, que puede ser clérigo o laico.
3-    La preparación próxima al bautismo, después de una verificación. A partir de este momento, el catecúmeno se llama electus (=elegido). Este período se distingue por la imposición cotidiana de la mano, acompañada de un exor­cismo.
4-    La iniciación sacramental, que consta de diversos momentos. Tres días antes del bautismo, el jueves anterior a Pascua, los elegidos toman un baño; el viernes empiezan el ayuno; el sábado se reúnen con el obispo, que les impone las manos exorcizándolos, sopla sobre su rostro y los persigna en la frente, en los oídos y en las narices. Durante toda la noche se vela orando y escuchando la palabra de Dios.
A lo largo de la vigilia pascual se celebra el rito sacramental propiamente dicho. Mientras los bautizandos se preparan para el rito, despojándose de sus vestidos, el obispo consagra los óleos (el del exorcismo y el de acción de gracias, correspondientes a nuestros óleos de los catecúmenos y crisma). Cada candidato pronuncia la renuncia a Satanás y luego el sacerdote lo unge con el óleo del exorcismo. Sigue el bautismo que se hace con tres inmersio­nes que corresponden a la profesión de fe dialogada en las tres personas de la Trinidad. Después del bautismo, el neófito es ungido por el sacerdote con el óleo de acción de gracias. A continuación, los recién bautizados, con sus vestidos blancos, se presentan ante la comunidad reunida. Ahora el obispo realiza unos ritos que corresponden a la confirmación: imposición de la mano, unción con el óleo de acción de gracias, señal de la cruz en la frente y beso de paz al neófito. Finalmente, los neófitos oran con todo el pueblo y participan en la eucaristía. Esta primera participación eucarística se distingue por un rito particular: además del pan y el vino, los neófitos reciben una mezcla de leche y miel; los recién bautizados han abandonado el Egipto de la esclavitud para vivir en adelante en una "tierra que mana leche y miel" (Ex 3,8).
5-    La catequesis mistagógica. Hipólito destaca que si es necesario dar in­formaciones complementarias, el obispo lo hará en secreto a los que han recibido la eucaristía. Mistagogía significa precisamente "iniciación a los misterios", es decir, iniciación en los sacramentos acabados de celebrar.

En los siglos IV y V los ritos de iniciación no experimentan grandes cambios en relación con la descripción de Hipólito. En dicha época son de gran interés las catequesis patrísticas sobre la iniciación cristiana.

Del siglo VI al X

Limitándonos a la liturgia romana, se hallan dos documentos im­portantes que constituyen la base textual y ritual de toda la evolución de la iniciación cristiana: el Sacramentarío gelasiano antiguo, que refleja una praxis que va de 550 a 700, y el Ordo romanus XI, que corresponde a fines del siglo VII y está en estrecha relación con el Gelasiano. Según estos documentos, la iniciación se realiza en una única celebración, en la que se suceden bautismo, confirmación y eucaristía. El bautismo se realiza con la triple inmersión y la interrogación sobre la fe en las tres personas de la Trinidad; la confirmación se confiere mediante la imposición de las manos, con una fórmula que expresa los siete dones del Espíritu, y por la unción; todo ello concluye con la celebración eucarística.

Los documentos posteriores, aun testificando algunas modificaciones y añadidos, son generalmente repetitivos, y su interés está en que confir­man el paso de una estructura progresiva de la iniciación cristiana a una celebración unitaria de todo el proceso iniciático. Ello se debe sobre todo a la progresiva desaparición del bautismo de los adultos y a la contemporánea generalización del de los niños.

Del siglo X al Vaticano II

Sólo algunos de los datos más significativos. A comienzos de esta época, el bautismo se empieza a desligar de la Pascua. Desde que en el siglo XII el bautismo de los recién nacidos se convierte en la única praxis bautismal, el catecumenado deja de tener sentido y desaparece, aunque permanecen algunos de sus ritos "amontonados" en el ritual del bautismo. En el siglo XIV el bautismo por inmersión es raro y se generaliza el de infusión. La confirmación se separa generalmente del bautismo, esforzándose así en hacer comprender su importancia real. Después de haber registrado en las diversas Iglesias unas variantes marginales, el rito de la confirmación cristaliza sobre la base del antiguo ritual romano de la consignatio, reuni­endo en un único gesto la unción, la signación y la imposición de la mano, y transformando el beso de paz, que cerraba el rito, en un gesto tan vago en su naturaleza y significado que pudo interpretarse, simultáneamente, como una bofetada o como una caricia.

Después del concilio de Trento, el Ritual romano promulgado por Paulo V en 1614 propone un Ordo baptismi parvulorum (aunque de hecho no es un verdadero rito para los niños sino una reducción del de los adultos) seguido de un Ordo baptismi adultorum, cada uno de los cuales presenta una sola celebración cuyas etapas se señalan sólo simbólicamente por la introducción del bautizando en la iglesia antes del penúltimo exorcismo, y el cambio de los ornamentos del sacerdote, de morados a blancos, después de la unción prebautismal. En estos rituales encontramos una mezcla poco clara de elementos heterogéneos.

En lo que se refiere a la eucaristía, a la que la iniciación cristiana tiende como a su plenitud, notemos que el concilio Lateranense IV, de 1215, exige a los fieles que se acerquen a la eucaristía por lo menos por Pascua, a partir de la "edad de la razón” (Concilio Lateranense IV, can. 21). Apoyándose en este canon conciliar, se prohibió dar la comunión a los recién nacidos. De este modo, los sacramentos de la iniciación cristiana se desvinculan definitivamente entre sí. Ello permite más tarde que el orden tradicional se trastorne de tal modo que la confir­mación se celebrará a veces después de la penitencia y la eucaristía.



2. La celebración de la iniciación cristiana después del Vaticano II

La Sacrosanctum Concilium, en los números 64-71, restablece el catecumenado de los adultos e indica los criterios para la reforma de los ritos del bautismo y de la confirmación. Hablando de este último, quiere que "brille con mayor claridad su íntima conexión con toda la iniciación cristiana" (SC 71).

El Ordo baptismi parvolorum, promulgado el 15 de mayo de 1969, es por primera vez en la historia un rito "adaptado a la verdadera situación de los niños" (SC 67). El Ordo confirmationis fue promulgado el 15 de agosto de 1971 y publicado el 22 del mismo mes y año. Finalmente, el Ordo initiationis christianae adultorum, promulgado el 6 de enero de 1972, hace real el deseo del Vaticano II de un rito del bautismo de los adultos "teniendo en cuenta la restauración del catecumenado" (SC 66).

2.1. La iniciación cristiana de los adultos

Tiempos y grados del catecumenado

El Ordo initiationis christianae adultorum reproduce en líneas generales la estructura ritual de la Tradición apostólica de Hipólito y los formularios del Sacramentarío gelasiano, con el añadido de nuevas fórmulas de reciente composición.

La estructura del itinerario de la iniciación. La iniciación de los catecúmenos se realiza con cierta gradualidad en el seno de la comunidad de los fieles y se acomoda con ductilidad al itinerario espiritual de los candidatos. Dicho itinerario se compone de largos períodos formativos, llamados "tiempos", y de intensos momentos celebrativos denominados "grados".

El primer tiempo o precatecumenado, que impulsa al candidato a la búsqueda, está dedicado por la Iglesia a la primera evangelización.

El primer grado se tiene cuando el candidato, empezando la conversión, quiere hacerse cristiano y es acogido por la Iglesia como catecúmento (rito de admisión al catecumenado).

El segundo tiempo, que empieza con el ingreso en el catecumenado y puede prolongarse durante varios años, está dedicado a la catequesis y a los ritos conexos con ella. En este largo período, el catecúmeno escoge un padrino que lo acompañe en la experiencia de la vida cristiana.

El segundo grado se tiene cuando, con la fe crecida y casi al final del catecumenado, el candidato es admitido a una más intensa e inmediata preparación a los sacramentos (rito de elección).

El tercer tiempo, que normalmente coincide con la preparación cu­aresmal a las solemnidades pascuales y a los sacramentos, está dedicado a la purificación y a la iluminación interior. Este tiempo se distingue por los ritos típicos que disponen los elegidos a los sacramentos. Son los es­crutinios y las entregas del símbolo y del Padrenuestro. Los escrutinios son como unos exámenes espirituales sobre la disposición a entrar en la vida nueva.

El tercer grado se tiene cuando, terminada la preparación espiritual, el elegido recibe los sacramentos en la vigilia de Pascua (celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana).

El cuarto tiempo, que dura todo el tiempo de Pascua, está destinado a la mistagogía, es decir, a la experiencia cristiana y a sus primeros frutos espirituales y también a familiarizar a los nuevos cristianos con la vida de la comunidad.

Los tres grados o etapas que caracterizan el catecumenado de los adultos desarrollan en el tiempo la esencia del acto de fe del cristiano. Jalonan un itinerario de fe que conduce a los catecúmenos a profesar la fe de la Iglesia, que ellos hacen propia progresivamente, y a entrar en plena comunión con la Iglesia, por obra del Espíritu de Dios que los ha guiado. Estas etapas forman parte del sacramento; no son una enseñanza previa, sino una parte integrante del mismo.

La celebración

El conjunto del camino catecumenal y de la preparación cuaresmal alcanza su punto culminante y su plena realización en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana -bautismo, confirmación y eucaristía- ordinariamente en el curso de la vigilia pascual.

El contexto que da significado a toda la celebración es el de la economía de la salvación que permite hacer memoria de las grandes obras realizadas por Dios en favor del hombre, desde la creación del mundo hasta los tiem­pos escatológicos inaugurados por la encarnación, muerte y resurrección de Cristo y por el don de su Espíritu a la Iglesia y que se actualiza en la nueva regeneración que es comunicada a los elegidos con los sacramentos de la iniciación cristiana.

La celebración del bautismo se prepara con la bendición del agua, cuyo texto proclama el don de la salvación comunicada a nosotros a través de una historia que culmina en el misterio pascual de Cristo y la elección del agua para obrarlo sacramentalmente. Siguen la renuncia y la profesión de fe, que subrayan que la fe, cuyo sacramento reciben los elegidos adultos, no es de la Iglesia solamente sino también personal de ellos y están obligados a hacerla fructificar. Estos ritos llevan a cumplimiento todo lo que ha ido madurando en el tiempo del catecumenado. Sigue el momento central constituido por la ablución con el agua (inmersión o infusión), que significa la participación mística en la muerte y resurrección de Cristo. La realidad comunicada por el bautismo es significada ulteriormente con el vestido blanco y el cirio encendido, que indican la nueva dignidad conferida y la luz recibida.

Omitida la unción postbautismal, sigue inmediatamente la celebración de la confirmación para subrayar aquel vínculo que "significa la unidad del misterio pascual, la unión entre la misión del Hijo y la efusión del Espíritu Santo, y la conexión de ambos sacramentos, en los que el Hijo y el Espíritu Santo, juntamente con el Padre, vienen a habitar en los bautizados" (OICA, Prenotandos 34).

Toda la celebración de la iniciación concluye con la eucaristía, en la que los bautizados en este día participan por vez primera y con pleno derecho, y con la que llevan a cumplimiento su iniciación. Los nuevos bautizados, llamados "neófitos", quedan ya habilitados para vivir en plenitud la eucaristía.



3.2. La iniciación cristiana de los niños

La celebración del bautismo. Se articula en cuatro momentos: ritos de acogida, liturgia de la palabra, liturgia del sacramento, ritos de conclusión.

Ritos de acogida. Si es posible, la acogida tiene lugar a la puerta de la iglesia; de todos modos, en un lugar distinto del de las otras partes de la celebración. El celebrante (sacerdote o diácono) acoge la familia con el can­didato, los saluda, les dirige las preguntas sobre el nombre que imponen al niño, sobre qué piden para él a la Iglesia, sobre su voluntad de asumir las obligaciones de educación cristiana del niño. El diálogo termina con la señal de la cruz realizada en la frente del candidato, primero por el ministro y luego por los padres y padrinos. Esta señal indica la acogida del niño en la comunidad. El niño, marcado con la señal de Cristo, puede ahora entrar con su familia en la iglesia. La asamblea es invitada a situarse en el lugar de la palabra, mientras se canta el salmo 100(99), que es una invitación, dirigida a todos los pueblos de la tierra y a Israel en particular, a alabar al Señor y darle gracias en su templo.

Liturgia de la palabra. Esta parte comprende las lecturas bíblicas, la hom­ilía, la oración de los fieles, la oración de exorcismo y, como rito conclusivo del exorcismo y de toda la liturgia de la palabra, la unción con el óleo de los catecúmenos. En las lecturas propuestas están presentes los grandes temas bautismales: fe, nacimiento nuevo, vida de Cristo en nosotros, pertenencia a la Iglesia, acción del Espíritu, inicio de la vida eterna; y algunos fragmentos proféticos acerca del simbolismo del agua que apaga la sed, lava y purifica, fertiliza la tierra y produce vida (Ex 17,3-7; Ez 36,24-28; 47,1-9.12; Rm 6,3-5; 8,28-32; ICo 12,12-13; Ga 3,26-28; Ef 4,1-6; IP 2,4-5.9-10; Sal 22; 26; 33; Mt 22,35-40; Me 1,9-11; 10,13-16; 12,28b-34; Jn 3,1-6; 4,5-14; 6,44-47; 7,37b-39a; 9,1-7; 15,1-11; 19,31-35). En realidad la selección podía ser más amplia, es­pecialmente por lo que se refiere a los textos del Antiguo Testamento. Los fragmentos neotestamentario ofrecidos presentan una temática más articu­lada y compleja. Pero están ausentes totalmente los textos de los Hechos.

Liturgia del sacramento. A continuación sigue la procesión hacia el baptis-terio, mientras se canta el salmo 23(22), que, en la tradición de la Iglesia, es el salmo bautismal por excelencia. Este momento de la celebración comprende: la plegaria de bendición del agua, o de acción de gracias sobre el agua ya bendecida, la triple renuncia y la triple profesión de fe, la expresión renovada de la voluntad de bautizar a los niños en la fe de la Iglesia, la ablución con el agua (inmersión o infusión), la unción con el crisma (signo de la inserción en Cristo, sacerdote, rey y profeta), la entrega de la vestidura blanca (signo de la nueva dignidad recibida: cf. Ga 3,27), la entrega del cirio encendido (signo de la luz de Cristo resucitado, que ilumina al cristiano), la apertura de los oídos y de la boca de los bautizados (expresión de la habilitación dada por el bautismo para escuchar la palabra de Dios y profesar la fe).

Ritos de conclusión. Prevén una monición que evoca y resume las etapas de la iniciación cristiana, la recitación de la oración del Señor y la bendición de los padres (una fórmula para la madre del bautizado y otra para el padre) y de los presentes.


3.3. La celebración de la confirmación.

El Ordo confirmationis va precedido por la constitución apostólica Divinae consortium naturae de Pablo VI, en la que se recuerdan algunos principios doctrinales (unidad de la confirmación con todo el ciclo de la iniciación y su significado y efectos) y se establece el rito esencial del sacramento, consistente en la unción crismal y en las palabras que la acompañan.

El sacramento de la confirmación se confiere normalmente durante la misa para que resalte mejor el íntimo nexo de este sacramento con toda la iniciación cristiana que alcanza su punto culminante en la participación en la eucaristía. En los números 61-65 el Ordo confirmationis ofrece para la liturgia de la palabra 29 fragmentos con una serie de salmos responsoriales y versículos aleluyáticos: 5 del Antiguo Testamento (Is ll,l-4a; 42,1-3; 61,1-3a.8b-9; Ez 36,24-28; Jl 2,23a.26-30a), 12 de los escritos apostólicos (Hch 1,3-8; 2,l-6.14.22b-23.32-33; 8,1.4.14-17; 10,1.33-34a 37-44; 19,lb-6a; Rm 5,1-2.5-8; 8,14-17;8,26-27;lCol2,4-13;Gál5,16-17.22-23a.24-25;Efl,3a.4a.l3-19a;4,l-6), 12 de los evangelios (Mt 5,l-12a; 16,24-27; 25,14-30; Me 1,9-11; Le 4,16-22a; 8,4-10a.llb-15; 10,21-24; Jn7,37b-39; 14,15-17; 14,23-26; 15,18-21.26-27; 16,5b-7.12-13a). El conjunto de las lecturas presenta la acción del Espíritu en la fase de anuncio o de la promesa y en la fase del cumplimiento, primero en Cristo y luego en la comunidad apostólica, es decir, la Iglesia.

Tras la proclamación del evangelio, los confirmandos son presentados al obispo, que pronuncia inmediatamente después la alocución-homilía, ilustrando el significado de la celebración (OC 22 ofrece un texto paradig­mático). La liturgia propia del sacramento se desarrolla según el siguiente esquema:

Renovación de las promesas bautismales. Subraya el vínculo entre el bau­tismo y la confirmación, e implica la renuncia y la profesión de fe.

Imposición de las manos. La oración epiclética que acompaña el gesto desarrolla dos pensamientos: la evocación del bautismo de los candidatos en su efecto liberador y regenerador mediante el agua y el Espíritu, y la petición de una plena efusión del Espíritu Paráclito con sus siete dones.

El gesto de la imposición de las manos, aun siendo el único gesto sacramental usado para este efecto por los apóstoles, no pertenece a la esencia del sacramento.

Crismación. El obispo moja el pulgar con el crisma y traza la señal de la cruz en la frente del candidato, imponiéndoles la mano y pronunciando estas palabras: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo". El saludo de paz concluye el rito. Al final de la misa, están previstas una solemne y una oración sobre el pueblo.



4. Teología litúrgica de la iniciación cristiana

Para elaborar una verdadera teología litúrgica sería necesario profundizar en todo el complejo ritual, gestos y palabras, y no sólo en los elementos esenciales de los ritos sacramentales. Sin embargo, diremos algo de la teología de los principales signos sacramentales.

El signo sacramental del bautismo

El núcleo de la liturgia bautismal: el bautismo es un baño, una inmersión en el agua, que inserta en la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rm 6,3-4; Col 2,12). El baño bautismal es entendido por Pablo como el momento privilegiado, en el que el hombre participa de manera objetiva y ritualizada en el acontecimiento decisivo de la muerte de Cristo al pecado, es decir, en su sacrificio expiatorio.

El simbolismo del baño es ampliamente ilustrado en los textos bíblicos y eucológicos del ritual bautismal.

El agua es un símbolo primordial que pertenece al patrimonio más universal de la humanidad. En todos los tiempos y en todas las culturas, el hombre ha proyectado en el agua el cumplimiento de sus esperanzas y de sus temores, la promesa más segura y la manifestación más angustiosa de
las potencias amigas y de las adversas. El agua se ha considerado fuente de vida y fuente de muerte, matriz y tumba, elemento de fecundidad y de salud, manantial que purifica y regenera. El valor simbólico-evocativo del agua está abundantemente presente en la Biblia donde reviste tonalidades propias.

En la oración sobre el agua del Ordo baptismi parvulorum y del Ordo initiationis christianae adultorum, el baño bautismal se pone en relación con situaciones en la historia bíblica en las que el agua hace de instrumento de la acción divina, situaciones o acontecimientos que han preparado el agua para ser signo del bautismo cristiano. Es un método usado ampliamente por los Padres en sus catequesis sobre la iniciación cristiana.  Del Anti­guo Testamento se recuerdan: las aguas del relato de la creación, sobre las que aleteaba el Espíritu de Dios (cf. Gn 1,2); las aguas del diluvio, con las que se destruyó un mundo de pecado y de las que se salvó el justo Noé y su familia (cf. Gn 7-8); las aguas del mar Rojo, que los hijos de Abraham atravesaron ilesos (cf. Ex 14,15-31). Estos sucesos veterotestamentarios se consideran prefiguraciones, imágenes de lo que Dios realiza por medio del signo sacramental del bautismo: la destrucción del pecado, el inicio de la vida nueva, la inserción en el pueblo de los bautizados...

En el Nuevo Testamento se hallan todos los grandes temas simbólicos presentes ya en el Antiguo, pero ahora es a Cristo a quien se refieren. Las figu­ras antiguas son anticipación y anuncio de la nueva economía y encuentran en el acontecimiento Cristo justificación y plenitud. La oración sobre el agua recuerda a Jesús que, bautizado en el agua del Jordán, es consagrado por el Espíritu Santo (cf. Mt 3,13-17; Me 1,9-11; Le 3,21-22); a Jesús que, levantado en la cruz, derrama de su costado sangre y agua (cf. Jn 19,34); finalmente, a Jesús que invita a los apóstoles a bautizar (cf. Mt 28,19; Me 16,15-16).

La última parte de la oración, la epiclética, después de haber pedido la santificación del agua por obra del Espíritu, se refiere a la dimensión salvífica del bautismo: "Para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por
el agua y el Espíritu". El texto concluye, después de una nueva invocación del poder del Espíritu, pidiendo que los que van a recibir el bautismo sean sepultados con Cristo en su muerte y con él resuciten a la vida inmortal (cf. Rm 6,3-4; Col 2,12).

El bautismo lava la mancha del pecado. Pero la purificación del pecado no aparece en primer plano, el cual, en cambio, es ocupado por la que es la causa de la purificación: la muerte-resurrección de Cristo. El vínculo entre bautismo y muerte de Cristo es insinuado ya en Jn 1,29-34, donde el "bautismo en el Espíritu" se liga con Cristo-cordero (pascual) "que quita el pecado del mundo"; y en Jn 19,34, donde en el agua que brotó del costado herido de Cristo, el evangelista parece vislumbrar el agua bautismal.
La vida nueva del bautizado es vida nueva en el Espíritu. La acción del Espíritu en el bautismo, así como hace resucitar, así también hace renacer. Es la visión del bautismo que el mismo Cristo ofrece en Jn 3,3-8 cuando habla de renacimiento "del agua y del Espíritu", como de una condición necesaria para el ingreso en el reino.


El signo sacramental de la confirmación

Lo que parece un dato incontrovertible es que la confirmación tiene una relación específica con el don del Espíritu. Los gestos y las palabras de la celebración sacramental nos ayudarán a profundizar este dato elemental.
El signo original de la colación del Espíritu Santo, después del bautismo, es la imposición de las manos (cf. Hch 8,14-17; 19,5-6). La unción con el crisma se añadió como complemento. En el Ordo confirmationis ésta es considerada el gesto esencial, pero la imposición de las manos que precede a la crismación conserva su importancia como elemento integrante. Imposición de las manos y unción tienen en la Biblia unas dimensiones simbólicas muy semejantes: con la imposición de las manos se transmite un poder, se confiere una misión y también se comunica un don. La unción con el óleo impregna al sujeto y lo marca. La persona que es ungida en la cabeza queda caracterizada en su existencia para una misión que tiene que llevar a cabo. Por otra parte, el que es ungido con el crisma, que es aceite perfumado, se convierte en portador de dicho perfume y lo difunde a su alrededor.

Dicho esto, y para poder determinar la especificidad y la finalidad de la confirmación en el contexto del proceso iniciático, tenemos que analizar las palabras del rito. La fórmula de la crismación, que habla de "don" del Espíritu, debe interpretarse a la luz de los textos de los Hechos que hablan del Espíritu como "promesa" (Hch 1,4-5; 2,39) o como "don" (Hch 2,38). El don, por tanto, es el mismo Espíritu, y no una consecuencia de la efusión del Espíritu. Específica de la confirmación es la comunicación del Espíritu, como elemento perfectivo del cristiano. Como afirma el texto de la homilía del obispo, el Espíritu dado es un signo espiritual que configura con Cristo y hace más perfecta la inserción en el cuerpo de la Iglesia. Por consiguiente, la confirmación se refiere al Espíritu como "don" y como "señal". En este sacramento, el Espíritu "es dado", es el mismo don comunicado, y no el agente de un don, de un carisma particular, o de un efecto sacramental. Como dice la constitución apostólica Divinae consortium naturae de Pablo VI, "con el sacramento de la confirmación los renacidos en el bautismo reciben el don inefable, el mismo Espíritu Santo". Al mismo tiempo, el Espíritu es dado como "señal" o "sello", es decir, como don perfectivo de una realidad ya incoada: la configuración del hombre con Cristo. De este modo, el cristiano es un hombre nuevo en Cristo y se hace partícipe de su misma naturaleza divina y sacerdotal, en la Iglesia, sacramento de Cristo en el mundo. En adelante, el bautizado-confirmado puede ejercer el ver­dadero culto. Ahora bien, el verdadero culto cristiano halla su expresión sacramental en la eucaristía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario