TEMA 4: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
El
término "iniciación" significa introducción, del latín initia
(neutro plural) que deriva de in-iter (= ingreso en el camino,
encaminamiento). Ritos de iniciación se encuentran en casi todas las religiones;
no sólo en las "mistéricas", sino especialmente en las primitivas. El
individuo, mediante los ritos de iniciación, es introducido en la comunidad y
en la posesión de todo el patrimonio de que ésta dispone.
Sin embargo, la iniciación cristiana, antes que en la religiosidad
natural, halla sus inmediatos antecedentes históricos en el judaismo. En
efecto, más allá de su origen sobrenatural, la iniciación cristiana se
especifica precisamente teniendo en cuenta el tipo de religiosidad en que se
inserta, que es una religiosidad histórica
y no simplemente cósmica; introduce en una historia en la que Dios y el hombre
son simultáneamente protagonistas y de la que el iniciado, a su vez, se hace
actor.
La iniciación cristiana es un proceso
formativo que incluye unas etapas sacramentales: "Los que han recibido
de Dios la fe en Cristo por la Iglesia, deben ser admitidos con ceremonias
litúrgicas al catecumenado... Después, liberados, mediante los sacramentos de
iniciación cristiana, del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y
resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y celebran el
memorial de la muerte y resurrección del Señor con todo el Pueblo de
Dios". (AG 14; cf. Praenotanda generalia 1, de los Rituales del Bautismo
de niños y de la OICA.
Bautismo-confirmación-eucaristía son un solo conjunto sacramental. San Agustín expresó con gran fuerza
de imágenes la dinámica que une los tres gestos sacramentales de la iniciación:
"puestos en el granero" en el momento del ingreso en el catecumenado,
durante todo ese tiempo habéis sido "macerados con los ayunos y
exorcismos"; luego os habéis acercado a la "fuente bautismal"
para ser "impregnados de agua"; después habéis sido
"cocidos al fuego del Espíritu" y "os habéis convertido en pan
del Señor. Sed pues lo que veis y recibid lo que sois". (Cf. Agustín,
Sermo 227 y 272). La eucaristía se distingue de los otros dos sacramentos
porque puede repetirse a lo largo de la vida, haciendo así permanente hasta la
muerte la iniciación inaugurada por el bautismo-confirmación. La eucaristía es
sacramento de la iniciación, pero también es sacramento de los iniciados.
1. El desarrollo histórico de la iniciación
cristiana
En los primeros siglos de la Iglesia la iniciación cristiana se
realizaba progresivamente, y tenía su eje en los tres ritos sacramentales
administrados en una única celebración. A continuación, diversos factores
contribuyeron a desligar entre sí los tres sacramentos e incluso a cambiar el
orden de celebración. Es una historia compleja de la que se ofrecen los datos
esenciales.
La
época apostólica
Los datos precisos que el Nuevo
Testamento ofrece sobre la iniciación cristiana son pocos. No se habla de
un verdadero ritual de iniciación. El hecho más notable es descrito en Hch 2 en
que aparece esta secuencia: anuncio de la salvación dada en Jesús, el
crucificado resucitado (2,22-36); petición por parte de los que se abren a la
fe y respuesta de Pedro que exige conversión, bautismo en el nombre de Jesús,
recepción del don del Espíritu (2,37-41); inserción en la comunidad que es
asidua en la escucha de la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en
la fracción del pan (eucaristía) y en las oraciones (2,42-48).
La predicación de los apóstoles generalmente va seguida de la conversión
y de la recepción de los sacramentos (cf. Hch 8,34-38; 10,34-48; 16,25-34;
18,5-8; 19,4-6). Esta estructura de la iniciación cristiana es descrita
sintéticamente en Ef 1,13: "Y también vosotros -que habéis escuchado la
verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis creído-
habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido".
Durante la época apostólica, y también durante muchos siglos, el rito de la confirmación forma parte de
las ceremonias conclusivas del bautismo. Por tanto, es difícil distinguir
desde el punto de vista ritual el bautismo y la confirmación, tal como son
distinguibles en nuestros días.
Del
siglo II al V
La elaboración de un ritual orgánico y completo empieza a dibujarse en
la edad subapostólica, y ya es un hecho consumado en el siglo III.
En la Didaché, que habla del bautismo después de haber expuesto
la doctrina de las "dos vías", hay conexión entre enseñanza o
catequesis y bautismo, que va precedido por el ayuno. (Cf. Didaché 7,1-4.) Al tema del bautismo
le sigue el del Padrenuestro y de la eucaristía, lo cual
podría ser un indicio del itinerario de la iniciación cristiana. El mismo
itinerario se encuentra en la Apología I de Justino, donde es más clara
la relación entre catequesis y baño bautismal. En la descripción de Justino se
entrevé ya un esbozo de catecumenado (Cf.
Justino, Apología 1,61 a 65).
Más importante es el testimonio de la Tradición apostólica de
Hipólito de Roma en la primera mitad del siglo III. Este documento ofrece desde
el capítulo 15 al 21 un ritual prácticamente completo de la iniciación
cristiana (Cf. La Tradition Apostolique de Saint
Hippolyte. Essai de reconstitution, por B. Botte, Aschendorff, Münster W.
1963, pp. 33-59).
Se distinguir en el mismo cinco etapas:
1-
La presentación de los
candidatos y su admisión después de un severo examen.
2-
El período del
catecumenado, generalmente tres años, que comprende la
catequesis, la oración y la imposición de la mano hecha por el catequista, que
puede ser clérigo o laico.
3-
La preparación próxima al
bautismo, después de una verificación. A partir de este
momento, el catecúmeno se llama electus (=elegido). Este período se
distingue por la imposición cotidiana de la mano, acompañada de un exorcismo.
4-
La iniciación sacramental,
que consta de diversos momentos. Tres días antes del
bautismo, el jueves anterior a Pascua, los elegidos toman un baño; el viernes
empiezan el ayuno; el sábado se reúnen con el obispo, que les impone las manos
exorcizándolos, sopla sobre su rostro y los persigna en la frente, en los oídos
y en las narices. Durante toda la noche se vela orando y escuchando la palabra
de Dios.
A lo largo de la vigilia pascual se celebra el rito sacramental
propiamente dicho. Mientras los bautizandos se preparan para el rito,
despojándose de sus vestidos, el obispo consagra los óleos (el del exorcismo y
el de acción de gracias, correspondientes a nuestros óleos de los catecúmenos y
crisma). Cada candidato pronuncia la renuncia a Satanás y luego el sacerdote lo
unge con el óleo del exorcismo. Sigue el bautismo que se hace con tres inmersiones
que corresponden a la profesión de fe dialogada en las tres personas de la
Trinidad. Después del bautismo, el neófito es ungido por el sacerdote con el
óleo de acción de gracias. A continuación, los recién bautizados, con sus
vestidos blancos, se presentan ante la comunidad reunida. Ahora el obispo
realiza unos ritos que corresponden a la confirmación: imposición de la mano,
unción con el óleo de acción de gracias, señal de la cruz en la frente y beso de
paz al neófito. Finalmente, los neófitos oran con todo el pueblo y participan en la eucaristía. Esta primera participación
eucarística se distingue por un rito particular: además del pan y el vino, los
neófitos reciben una mezcla de leche y miel; los recién bautizados han
abandonado el Egipto de la esclavitud para vivir en adelante en una
"tierra que mana leche y miel" (Ex 3,8).
5-
La catequesis mistagógica.
Hipólito destaca que si es necesario dar informaciones
complementarias, el obispo lo hará en secreto a los que han recibido la
eucaristía. Mistagogía significa precisamente "iniciación a los
misterios", es decir, iniciación en los sacramentos acabados de celebrar.
En los siglos IV y V los ritos de iniciación no experimentan grandes
cambios en relación con la descripción de Hipólito. En dicha época son de gran
interés las catequesis patrísticas sobre la iniciación cristiana.
Del
siglo VI al X
Limitándonos a la liturgia romana, se hallan dos documentos importantes
que constituyen la base textual y ritual de toda la evolución de la iniciación
cristiana: el Sacramentarío gelasiano antiguo, que refleja una praxis
que va de 550 a 700, y el Ordo romanus XI, que corresponde a fines del
siglo VII y está en estrecha relación con el Gelasiano. Según estos
documentos, la iniciación se realiza en
una única celebración, en la que se suceden bautismo, confirmación y
eucaristía. El bautismo se realiza con la triple inmersión y la interrogación
sobre la fe en las tres personas de la Trinidad; la confirmación se confiere mediante
la imposición de las manos, con una fórmula que expresa los siete dones del
Espíritu, y por la unción; todo ello concluye con la celebración eucarística.
Los documentos posteriores, aun testificando algunas modificaciones y
añadidos, son generalmente repetitivos, y su interés está en que confirman el
paso de una estructura progresiva de la iniciación cristiana a una celebración
unitaria de todo el proceso iniciático. Ello se debe sobre todo a la progresiva
desaparición del bautismo de los adultos y a la contemporánea generalización
del de los niños.
Del
siglo X al Vaticano II
Sólo algunos de los datos más significativos. A comienzos de esta
época, el bautismo se empieza a desligar de la Pascua. Desde que en el siglo XII el bautismo de los recién nacidos se convierte en la
única praxis bautismal, el catecumenado deja de tener sentido y desaparece,
aunque permanecen algunos de sus ritos "amontonados" en el ritual del
bautismo. En el siglo XIV el bautismo por inmersión es raro y se generaliza el
de infusión. La confirmación se separa
generalmente del bautismo, esforzándose así en hacer comprender su
importancia real. Después de haber registrado en las diversas Iglesias unas
variantes marginales, el rito de la confirmación cristaliza sobre la base del
antiguo ritual romano de la consignatio, reuniendo en un único gesto la
unción, la signación y la imposición de la mano, y transformando el beso de
paz, que cerraba el rito, en un gesto tan vago en su naturaleza y significado
que pudo interpretarse, simultáneamente, como una bofetada o como una caricia.
Después del concilio de Trento,
el Ritual romano promulgado por Paulo V en 1614 propone un Ordo
baptismi parvulorum (aunque de hecho no es un verdadero rito para los niños
sino una reducción del de los adultos) seguido de un Ordo baptismi
adultorum, cada uno de los cuales presenta una sola celebración cuyas
etapas se señalan sólo simbólicamente por la introducción del bautizando en la
iglesia antes del penúltimo exorcismo, y el cambio de los ornamentos del
sacerdote, de morados a blancos, después de la unción prebautismal. En estos
rituales encontramos una mezcla poco clara de elementos heterogéneos.
En lo que se refiere a la eucaristía, a la que la iniciación cristiana
tiende como a su plenitud, notemos que el concilio
Lateranense IV, de 1215, exige a los fieles que se acerquen a la eucaristía
por lo menos por Pascua, a partir de la "edad de la razón” (Concilio Lateranense IV, can. 21).
Apoyándose en este canon conciliar, se prohibió dar la comunión a los recién
nacidos. De este modo, los sacramentos de la iniciación cristiana se
desvinculan definitivamente entre sí. Ello permite más tarde que el orden
tradicional se trastorne de tal modo que la confirmación se celebrará a veces
después de la penitencia y la eucaristía.
2.
La celebración de la iniciación cristiana después del Vaticano II
La Sacrosanctum Concilium, en los números 64-71, restablece el
catecumenado de los adultos e indica los criterios para la reforma de los ritos
del bautismo y de la confirmación. Hablando de este último, quiere que
"brille con mayor claridad su íntima conexión con toda la iniciación
cristiana" (SC 71).
El Ordo baptismi parvolorum, promulgado el 15 de mayo de 1969,
es por primera vez en la historia un rito "adaptado a la verdadera
situación de los niños" (SC 67). El Ordo confirmationis fue
promulgado el 15 de agosto de 1971 y publicado el 22 del mismo mes y año.
Finalmente, el Ordo initiationis christianae adultorum, promulgado el 6
de enero de 1972, hace real el deseo del Vaticano II de un rito del bautismo de
los adultos "teniendo en cuenta la restauración del catecumenado" (SC
66).
2.1.
La iniciación cristiana de los adultos
Tiempos y grados
del catecumenado
El Ordo initiationis christianae adultorum reproduce en líneas
generales la estructura ritual de la Tradición apostólica de Hipólito y
los formularios del Sacramentarío gelasiano, con el añadido de nuevas
fórmulas de reciente composición.
La estructura del itinerario de la iniciación. La iniciación de los catecúmenos se realiza con cierta gradualidad en
el seno de la comunidad de los fieles y se acomoda con ductilidad al itinerario
espiritual de los candidatos. Dicho itinerario se compone de largos períodos
formativos, llamados "tiempos", y de intensos momentos celebrativos
denominados "grados".
El primer tiempo o precatecumenado, que impulsa al candidato a
la búsqueda, está dedicado por la Iglesia a la primera evangelización.
El primer grado se tiene cuando el candidato, empezando la
conversión, quiere hacerse cristiano y es acogido por la Iglesia como
catecúmento (rito de admisión al catecumenado).
El segundo tiempo, que empieza con el ingreso en el
catecumenado y puede prolongarse durante varios años, está dedicado a la
catequesis y a los ritos conexos con ella. En este largo período, el catecúmeno
escoge un padrino que lo acompañe en la experiencia de la vida cristiana.
El segundo grado se tiene cuando, con la fe crecida y casi al
final del catecumenado, el candidato es admitido a una más intensa e inmediata
preparación a los sacramentos (rito de elección).
El tercer tiempo, que normalmente coincide con la preparación
cuaresmal a las solemnidades pascuales y a los sacramentos, está dedicado a la
purificación y a la iluminación interior. Este tiempo se distingue por los
ritos típicos que disponen los elegidos a los sacramentos. Son los escrutinios
y las entregas del símbolo y del Padrenuestro. Los escrutinios son como unos
exámenes espirituales sobre la disposición a entrar en la vida nueva.
El tercer grado se tiene cuando, terminada la preparación
espiritual, el elegido recibe los sacramentos en la vigilia de Pascua
(celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana).
El cuarto tiempo, que dura todo el tiempo de Pascua, está
destinado a la mistagogía, es decir, a la experiencia cristiana y a sus
primeros frutos espirituales y también a familiarizar a los nuevos cristianos
con la vida de la comunidad.
Los tres grados o etapas que caracterizan el catecumenado de los
adultos desarrollan en el tiempo la esencia del acto de fe del cristiano.
Jalonan un itinerario de fe que conduce a los catecúmenos a profesar la fe de
la Iglesia, que ellos hacen propia progresivamente, y a entrar en plena
comunión con la Iglesia, por obra del Espíritu de Dios que los ha guiado. Estas
etapas forman parte del sacramento;
no son una enseñanza previa, sino una parte integrante del mismo.
La celebración
El conjunto del camino catecumenal y de la preparación cuaresmal
alcanza su punto culminante y su plena realización en la celebración de los
sacramentos de la iniciación cristiana -bautismo, confirmación y eucaristía-
ordinariamente en el curso de la vigilia pascual.
El contexto que da significado a toda la celebración es el de la
economía de la salvación que permite hacer memoria de las grandes obras
realizadas por Dios en favor del hombre, desde la creación del mundo hasta los
tiempos escatológicos inaugurados por la encarnación, muerte y resurrección de
Cristo y por el don de su Espíritu a la Iglesia y que se actualiza en la nueva
regeneración que es comunicada a los elegidos con los sacramentos de la
iniciación cristiana.
La celebración del bautismo se prepara con la bendición del agua, cuyo
texto proclama el don de la salvación comunicada a nosotros a través de una
historia que culmina en el misterio pascual de Cristo y la elección del agua
para obrarlo sacramentalmente. Siguen la renuncia y la profesión de fe, que
subrayan que la fe, cuyo sacramento reciben los elegidos adultos, no es de la
Iglesia solamente sino también personal de ellos y están obligados a hacerla
fructificar. Estos ritos llevan a cumplimiento todo lo que ha ido madurando en
el tiempo del catecumenado. Sigue el momento central constituido por la
ablución con el agua (inmersión o infusión), que significa la participación
mística en la muerte y resurrección de Cristo. La realidad comunicada por el
bautismo es significada ulteriormente con el vestido blanco y el cirio
encendido, que indican la nueva dignidad conferida y la luz recibida.
Omitida la unción postbautismal, sigue inmediatamente la celebración
de la confirmación para subrayar aquel vínculo que "significa la unidad
del misterio pascual, la unión entre la misión del Hijo y la efusión del
Espíritu Santo, y la conexión de ambos sacramentos, en los que el Hijo y el
Espíritu Santo, juntamente con el Padre, vienen a habitar en los
bautizados" (OICA, Prenotandos 34).
Toda la celebración de la iniciación concluye con la eucaristía, en la
que los bautizados en este día participan por vez primera y con pleno derecho,
y con la que llevan a cumplimiento su iniciación. Los nuevos bautizados, llamados
"neófitos", quedan ya habilitados para vivir en plenitud la
eucaristía.
3.2.
La iniciación cristiana de los niños
La celebración del bautismo. Se
articula en cuatro momentos: ritos de acogida, liturgia de la palabra, liturgia
del sacramento, ritos de conclusión.
Ritos de acogida. Si
es posible, la acogida tiene lugar a la puerta
de la iglesia; de todos modos, en un lugar distinto del de las otras partes de
la celebración. El celebrante (sacerdote o diácono) acoge la familia con el candidato,
los saluda, les dirige las preguntas sobre el nombre que imponen al niño, sobre
qué piden para él a la Iglesia, sobre su voluntad de asumir las obligaciones de
educación cristiana del niño. El diálogo termina con la señal de la cruz
realizada en la frente del candidato, primero por el ministro y luego por los
padres y padrinos. Esta señal indica la acogida del niño en la comunidad. El
niño, marcado con la señal de Cristo, puede ahora entrar con su familia en la
iglesia. La asamblea es invitada a situarse en el lugar de la palabra, mientras
se canta el salmo 100(99), que es una invitación, dirigida a todos los pueblos
de la tierra y a Israel en particular, a alabar al Señor y darle gracias en su
templo.
Liturgia de la palabra. Esta
parte comprende las lecturas bíblicas, la homilía, la oración de los fieles,
la oración de exorcismo y, como rito conclusivo del exorcismo y de toda la
liturgia de la palabra, la unción con el óleo de los catecúmenos. En las
lecturas propuestas están presentes los grandes temas bautismales: fe,
nacimiento nuevo, vida de Cristo en nosotros, pertenencia a la Iglesia, acción
del Espíritu, inicio de la vida eterna; y algunos fragmentos proféticos acerca
del simbolismo del agua que apaga la sed, lava y purifica, fertiliza la tierra
y produce vida (Ex 17,3-7; Ez 36,24-28; 47,1-9.12; Rm 6,3-5; 8,28-32; ICo
12,12-13; Ga 3,26-28; Ef 4,1-6; IP 2,4-5.9-10; Sal 22; 26; 33; Mt 22,35-40; Me
1,9-11; 10,13-16; 12,28b-34; Jn 3,1-6; 4,5-14; 6,44-47; 7,37b-39a; 9,1-7;
15,1-11; 19,31-35). En realidad la selección podía ser más amplia, especialmente
por lo que se refiere a los textos del Antiguo Testamento. Los fragmentos
neotestamentario ofrecidos presentan una temática más articulada y compleja.
Pero están ausentes totalmente los textos de los Hechos.
Liturgia del sacramento. A
continuación sigue la procesión hacia el baptis-terio, mientras se canta el
salmo 23(22), que, en la tradición de la Iglesia, es el salmo bautismal por
excelencia. Este momento de la celebración comprende: la plegaria de bendición
del agua, o de acción de gracias sobre el agua ya bendecida, la triple renuncia
y la triple profesión de fe, la expresión renovada de la voluntad de bautizar a
los niños en la fe de la Iglesia, la ablución con el agua (inmersión o
infusión), la unción con el crisma (signo de la inserción en Cristo, sacerdote,
rey y profeta), la entrega de la vestidura blanca (signo de la nueva dignidad
recibida: cf. Ga 3,27), la entrega del cirio encendido (signo de la luz de
Cristo resucitado, que ilumina al cristiano), la apertura de los oídos y de la
boca de los bautizados (expresión de la habilitación dada por el bautismo para
escuchar la palabra de Dios y profesar la fe).
Ritos de conclusión. Prevén una monición
que evoca y resume las etapas de la iniciación cristiana, la recitación de la
oración del Señor y la bendición de los padres (una fórmula para la madre del
bautizado y otra para el padre) y de los presentes.
3.3.
La celebración de la confirmación.
El Ordo confirmationis va precedido por la constitución
apostólica Divinae consortium naturae de Pablo VI, en la que se
recuerdan algunos principios doctrinales (unidad de la confirmación con todo el
ciclo de la iniciación y su significado y efectos) y se establece el rito
esencial del sacramento, consistente en la unción crismal y en las palabras que
la acompañan.
El sacramento de la confirmación se confiere normalmente durante la
misa para que resalte mejor el íntimo nexo de este sacramento con toda la
iniciación cristiana que alcanza su punto culminante en la participación en la
eucaristía. En los números 61-65 el Ordo confirmationis ofrece para la
liturgia de la palabra 29 fragmentos con una serie de salmos responsoriales y
versículos aleluyáticos: 5 del Antiguo Testamento (Is ll,l-4a; 42,1-3;
61,1-3a.8b-9; Ez 36,24-28; Jl 2,23a.26-30a), 12 de los escritos apostólicos
(Hch 1,3-8; 2,l-6.14.22b-23.32-33; 8,1.4.14-17; 10,1.33-34a 37-44; 19,lb-6a; Rm
5,1-2.5-8; 8,14-17;8,26-27;lCol2,4-13;Gál5,16-17.22-23a.24-25;Efl,3a.4a.l3-19a;4,l-6),
12 de los evangelios (Mt 5,l-12a; 16,24-27; 25,14-30; Me 1,9-11; Le 4,16-22a;
8,4-10a.llb-15; 10,21-24; Jn7,37b-39; 14,15-17; 14,23-26; 15,18-21.26-27;
16,5b-7.12-13a). El conjunto de las lecturas presenta la acción del Espíritu en la fase de anuncio o de la promesa y en
la fase del cumplimiento, primero en Cristo y luego en la comunidad apostólica,
es decir, la Iglesia.
Tras la proclamación del evangelio, los confirmandos son presentados
al obispo, que pronuncia inmediatamente después la alocución-homilía,
ilustrando el significado de la celebración (OC 22 ofrece un texto paradigmático).
La liturgia propia del sacramento se desarrolla según el siguiente esquema:
Renovación de las promesas bautismales. Subraya
el vínculo entre el bautismo y la confirmación, e implica la renuncia y la
profesión de fe.
Imposición de las manos. La
oración epiclética que acompaña el gesto desarrolla dos pensamientos: la
evocación del bautismo de los candidatos en su efecto liberador y regenerador
mediante el agua y el Espíritu, y la petición de una plena efusión del Espíritu
Paráclito con sus siete dones.
El gesto de la imposición de las manos, aun siendo el único gesto
sacramental usado para este efecto por los apóstoles, no pertenece a la esencia
del sacramento.
Crismación. El obispo moja el pulgar
con el crisma y traza la señal de la cruz en la frente del candidato,
imponiéndoles la mano y pronunciando estas palabras: "Recibe por esta
señal el don del Espíritu Santo". El saludo de paz concluye el rito. Al
final de la misa, están previstas una solemne y una oración sobre el pueblo.
4.
Teología litúrgica de la iniciación cristiana
Para elaborar una verdadera teología litúrgica sería necesario
profundizar en todo el complejo ritual, gestos y palabras, y no sólo en los
elementos esenciales de los ritos sacramentales. Sin embargo, diremos algo de
la teología de los principales signos sacramentales.
El signo
sacramental del bautismo
El núcleo de la liturgia bautismal: el bautismo es un baño, una
inmersión en el agua, que inserta en la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rm
6,3-4; Col 2,12). El baño bautismal es entendido por Pablo como el momento
privilegiado, en el que el hombre participa de manera objetiva y ritualizada en
el acontecimiento decisivo de la muerte de Cristo al pecado, es decir, en su
sacrificio expiatorio.
El simbolismo del baño es
ampliamente ilustrado en los textos bíblicos y eucológicos del ritual
bautismal.
El agua es un símbolo
primordial que pertenece al patrimonio más universal de la humanidad. En todos
los tiempos y en todas las culturas, el hombre ha proyectado en el agua el
cumplimiento de sus esperanzas y de sus temores, la promesa más segura y la
manifestación más angustiosa de
las potencias amigas y de las adversas. El agua se ha considerado
fuente de vida y fuente de muerte, matriz y tumba, elemento de fecundidad y de
salud, manantial que purifica y regenera. El valor simbólico-evocativo del agua
está abundantemente presente en la Biblia donde reviste tonalidades propias.
En la oración sobre el agua del Ordo baptismi parvulorum y
del Ordo initiationis christianae adultorum, el baño bautismal se pone
en relación con situaciones en la historia bíblica en las que el agua hace de
instrumento de la acción divina, situaciones o acontecimientos que han
preparado el agua para ser signo del bautismo cristiano. Es un método usado
ampliamente por los Padres en sus catequesis sobre la iniciación
cristiana. Del Antiguo Testamento se
recuerdan: las aguas del relato de la creación, sobre las que aleteaba el
Espíritu de Dios (cf. Gn 1,2); las aguas del diluvio, con las que se destruyó
un mundo de pecado y de las que se salvó el justo Noé y su familia (cf. Gn
7-8); las aguas del mar Rojo, que los hijos de Abraham atravesaron ilesos (cf.
Ex 14,15-31). Estos sucesos veterotestamentarios se consideran prefiguraciones,
imágenes de lo que Dios realiza por medio del signo sacramental del bautismo:
la destrucción del pecado, el inicio de la vida nueva, la inserción en el
pueblo de los bautizados...
En el Nuevo Testamento se hallan todos los grandes temas simbólicos
presentes ya en el Antiguo, pero ahora es a Cristo a quien se refieren. Las
figuras antiguas son anticipación y anuncio de la nueva economía y encuentran
en el acontecimiento Cristo justificación y plenitud. La oración sobre el
agua recuerda a Jesús que, bautizado en el agua del Jordán, es consagrado
por el Espíritu Santo (cf. Mt 3,13-17; Me 1,9-11; Le 3,21-22); a Jesús que,
levantado en la cruz, derrama de su costado sangre y agua (cf. Jn 19,34);
finalmente, a Jesús que invita a los apóstoles a bautizar (cf. Mt 28,19; Me
16,15-16).
La última parte de la oración, la epiclética, después de haber pedido
la santificación del agua por obra del Espíritu, se refiere a la dimensión
salvífica del bautismo: "Para que el hombre, creado a tu imagen y limpio
en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por
el agua y el Espíritu". El texto concluye, después de una nueva
invocación del poder del Espíritu, pidiendo que los que van a recibir el
bautismo sean sepultados con Cristo en su muerte y con él resuciten a la vida
inmortal (cf. Rm 6,3-4; Col 2,12).
El bautismo lava la mancha del pecado. Pero la purificación del pecado
no aparece en primer plano, el cual, en cambio, es ocupado por la que es la
causa de la purificación: la muerte-resurrección de Cristo. El vínculo entre
bautismo y muerte de Cristo es insinuado ya en Jn 1,29-34, donde el
"bautismo en el Espíritu" se liga con Cristo-cordero (pascual)
"que quita el pecado del mundo"; y en Jn 19,34, donde en el agua que
brotó del costado herido de Cristo, el evangelista parece vislumbrar el agua
bautismal.
La vida nueva del bautizado es vida nueva en el Espíritu. La acción
del Espíritu en el bautismo, así como hace resucitar, así también hace renacer.
Es la visión del bautismo que el mismo Cristo ofrece en Jn 3,3-8 cuando habla
de renacimiento "del agua y del Espíritu", como de una condición
necesaria para el ingreso en el reino.
El signo sacramental
de la confirmación
Lo que parece un dato incontrovertible es que la confirmación tiene
una relación específica con el don del
Espíritu. Los gestos y las palabras de la celebración sacramental nos
ayudarán a profundizar este dato elemental.
El signo original de la colación del Espíritu Santo, después del
bautismo, es la imposición de las manos (cf. Hch 8,14-17; 19,5-6). La unción
con el crisma se añadió como complemento. En el Ordo confirmationis ésta
es considerada el gesto esencial, pero la imposición de las manos que precede a
la crismación conserva su importancia como elemento integrante. Imposición de
las manos y unción tienen en la Biblia unas dimensiones simbólicas muy
semejantes: con la imposición de las
manos se transmite un poder, se confiere una misión y también se comunica
un don. La unción con el óleo impregna
al sujeto y lo marca. La persona que es ungida en la cabeza queda caracterizada
en su existencia para una misión que tiene que llevar a cabo. Por otra parte,
el que es ungido con el crisma, que es aceite perfumado, se convierte en
portador de dicho perfume y lo difunde a su alrededor.
Dicho esto, y para poder determinar la especificidad y la finalidad de
la confirmación en el contexto del proceso iniciático, tenemos que analizar las
palabras del rito. La fórmula de la crismación, que habla de "don"
del Espíritu, debe interpretarse a la luz de los textos de los Hechos que
hablan del Espíritu como "promesa" (Hch 1,4-5; 2,39) o como
"don" (Hch 2,38). El don, por tanto, es el mismo Espíritu, y no una consecuencia de la efusión del
Espíritu. Específica de la confirmación es la comunicación del Espíritu, como
elemento perfectivo del cristiano. Como afirma el texto de la homilía del
obispo, el Espíritu dado es un signo espiritual que configura con Cristo y hace
más perfecta la inserción en el cuerpo de la Iglesia. Por consiguiente, la
confirmación se refiere al Espíritu como "don" y como
"señal". En este sacramento, el Espíritu "es dado", es el
mismo don comunicado, y no el agente de un don, de un carisma particular, o de
un efecto sacramental. Como dice la constitución apostólica Divinae
consortium naturae de Pablo VI, "con el sacramento de la confirmación
los renacidos en el bautismo reciben el don inefable, el mismo Espíritu
Santo". Al mismo tiempo, el Espíritu es dado como "señal" o
"sello", es decir, como don perfectivo de una realidad ya incoada: la
configuración del hombre con Cristo. De este modo, el cristiano es un hombre
nuevo en Cristo y se hace partícipe de su misma naturaleza divina y sacerdotal,
en la Iglesia, sacramento de Cristo en el mundo. En adelante, el
bautizado-confirmado puede ejercer el verdadero culto. Ahora bien, el
verdadero culto cristiano halla su expresión sacramental en la eucaristía.
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