miércoles, 29 de julio de 2015

LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN



TEMA 6 LA CELEBRACIÓN DE LA PENITENCIA-RECONCILIACIÓN


Después de estudiar los sacramentos de la iniciación cristiana, incluida la eucaristía, el se hace necesario el estudio sobre la penitencia-reconciliación. Se puede  afirmar que un cristiano es un bautizado-confirmado que accede con justo título a la asamblea eucarística. Con el bautismo el neófito ha sido insertado en la vida de la Iglesia, comunidad de los salvados. Pero la paradoja del pecado personal en un miembro de la Iglesia explica por qué tiene que encontrar continuamente la Iglesia o, mejor dicho, "reencontrarse en verdad" en la Iglesia.

Los nombres que ha recibido el sacramento que nos ocupa son diversos. En la mentalidad actual, la palabra "penitencia" expresa, de hecho, sólo el esfuerzo penoso del hombre que es invitado a cambiar de camino, de orientación. La palabra "conversión", en sí misma, expresa bien la realidad fundamental del giro radical que se debe dar, pero quizá no explícita bastante que dicho giro se realiza en la vida cotidiana. La palabra "reconciliación", en cambio, es apta para expresar el efecto al que tiende el sacramento. Finalmente, la palabra "confesión", que ha sido la denominación más ex­tendida durante los últimos siglos, pone en primer lugar sólo una parte de la acción del penitente.


6.1 La reconciliación en el Nuevo Testamento


La Iglesia naciente es muy consciente de su propia santidad: es precisa­mente la Iglesia, santa en virtud del bautismo, "templo del Dios vivo" (2Co 6,16), cuyos miembros son santos (cf. ICo 1,2). En la carta a los Hebreos, después de haber descrito las etapas de la iniciación cristiana (cf. Hb 6,4-5), se dice: "Pero si caen, es imposible renovarlos otra vez (después del bautismo) llevándolos al arrepentimiento, ya que conscientemente están crucificando al Hijo de Dios y haciéndolo objeto de pública burla" (Hb 6,6).

Esta severa actitud, que fue la que tomó más o menos rigurosamente la Iglesia antigua, fue atenuada notablemente por todo el mensaje de miseri­cordia del Nuevo Testamento y por la práctica de la Iglesia a lo largo de la historia. Pablo se ve obligado a reconocer que algunos cristianos son peores que los mismos paganos (cf. ICo 5,1), y Pedro afirma que la condición del cristiano caído en pecado "es peor que la primera" (2P 2,20). Pero el mismo Pedro reconoce que el Señor tiene paciencia, "porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan" (2P 3,9). En el centro de la fe cristiana se halla el reconocimiento gozoso de que Dios ha manifestado su misericordia en Jesucristo: por medio de él, Dios reconcilia consigo todas las cosas, "las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20). La reconciliación no es más que un aspecto de la redención.

            Los textos neotestamentarios que se suelen citar en relación con el inicio o "institución" de la penitencia cristiana son escasos y susceptibles de diversas interpretacions, según la previa concepción histórica en cuyo contexto se leen. Se trata principalmente de Mt 18,18 y de Jn 20,22-23. Éstos y otros textos neotestamentarios pueden encontrar una explicación armónica y satisfactoria si se interpretan a la luz de la evolución de la práctica penitencial en la Iglesia y del uso que de los mismo ha hecho en la liturgia. De todos modos, los evangelistas vinculan de modo particular las apariciones de Jesús resucitado con la proclamación de una economía de perdón y de victoria sobre el pecado, que se realizará por medio de los signos sacramentales.



6.2 Desarrollo histórico de las formas de la penitencia

De lo poco que conocemos acerca de la vida de las Iglesias apostólicas, parece que hubo algunas modalidades de reconciliación basadas en la corrección fraterna y en la intervención de la comunidad (cf. Mt 18,15-18).

Penitencia antigua (siglos II-VI)

Hay testimonios de los primeros siglos que documentan la existencia de la penitencia eclesiástica, pero su fuerza institucional no aparece muy clara y precisa. Empieza a dibujarse con mayor precisión sólo a partir de los textos del siglo III. Del siglo IV al VI se multiplican los testimonios, re­pitiendo la sustancia de la forma ya existente en el siglo III y completando algunos elementos.

La característica más importante y específica de la penitencia anti­gua, que se reservaba para los pecados más graves, es su unicidad o no reiterabilidad. Es un principio que aparece afirmado por primera vez en el Pastor de Hermas, de la primera mitad del siglo II. De ahí la analogía entre penitencia y bautismo: así como el bautismo es único, así también el "segundo bautismo", el "bautismo laborioso" de la penitencia.
La penitencia antigua estaba bajo el control directo del obispo; era él quien admitía al pecador a las filas de los penitentes, generalmente a comienzos de la Cuaresma, y era también él quien lo reconciliaba antes de Pascua. El proceso penitencial era público, pero no la confesión de las culpas. 6La publicidad proviene del carácter esencialmente comunitario y eclesial de la penitencia antigua. Toda la comunidad intervenía en la reconciliación del penitente con Dios. La comunidad era invitada a orar, a llorar, a gemir por y con los pecadores.

Otra característica del sistema penitencial antiguo es que la condición de penitente es un estado de vida, caracterizado por una serie de prohibiciones (en particular, de usar el matrimonio), con la privación de todos los derechos civiles, prohibiciones que permanecen incluso después de la reconciliación. La penitencia comportaba, de hecho, la muerte civil del penitente.

Afines del siglo IV, las Constituciones apostólicas presentan un ritual para la imposición de la penitencia, que consta de una admonición, en forma de invitación a la oración, hecha por el diácono, y de una oración pronunciada por el obispo que implora la misericordia de Dios y pide su perdón para los pecadores. Los concilios locales de la época dictan numerosas disposicio­nes sobre la penitencia. Encontramos también alguna indicación ritual: así, por ejemplo, el concilio de Agde de 506 hablando de la entrada en el ordo penitencial prescribe la imposición de las manos por parte del sacerdote a la que se añade la imposición de un cilicio sobre la cabeza. También se prevé el cambio del vestido y el corte de los cabellos.

Penitencia tarifada (siglos VII-XII)
La penitencia antigua era inaccesible a los pecadores todavía jóvenes y a cuantos, debido a su situación social o familiar, no podían satisfacer las rigurosas condiciones de entrada. De hecho, los pecadores rehuían la penitencia y se hacían reconciliar sólo a las puertas de la muerte. En este contexto de crisis, irrumpe a comienzos del siglo VII un nuevo uso penitencial proveniente de los monasterios celtas y anglosajones, la llamada penitencia tarifada.

La primera y más importante característica de la nueva forma de peni­tencia es su reiterabilidad. El rito penitencial se hace más privado: el pecador se presenta a un presbítero (o incluso a un monje o a un diácono) y acusa sus pecados sin que haya un rito público de imposición de la penitencia. El presbítero impone las obras de penitencia, teniendo presente que a cada tipo de pecado corresponde una determinada penitencia según diversas "tarifas" previamente establecidas. Impuesta la penitencia, el presbítero, normalmente, despide al penitente en previsión de una reconciliación ulterior. La acumulación de una "tarifa" sobre otra impulsó a buscar "conmutaciones": una penitencia larga de meses o de años podía sustituirse por otra más breve pero más dura o por la celebración de un determinado número de misas. Esta disciplina penitencial no comporta las obligaciones o prohibiciones que en la penitencia antigua marcaban al pecador para toda la vida. En un primer momento, la nueva disciplina produjo escándalo en España; en cambio parece que fue acogida favorablemente en Francia. "

El Sacramentario gelasiano, cuyos textos se remontan por lo menos al siglo VII, refleja la doble disciplina: la antigua o pública para los pecados públicos, y la tarifada o privada para los pecados privados. De hecho, vemos que las dos formas penitenciales coexisten en la época carolingia. El Gelasiano contiene un material penitencial rico y variado: tres Ordines de la reconciliación, un Apéndice y un Penitencial. Su eucología subraya la dimensión bautismal, pascual y eclesial de la reconciliación.

Del siglo XIII al Vaticano II

A comienzos del siglo XIII se llega a una reorganización de la disci­plina penitencial en la Iglesia latina, que prevé tres formas de penitencia: la privada, la pública y solemne y la pública no solemne o "peregrinación penitencial. Las cruzadas fueron, por ejemplo, una forma de peregrinación penitencial.

La penitencia privada posee ya las características actuales. Pero el paso de la penitencia a la forma actual se hizo poco a poco: el paso decisivo hacia esta última se da cuando se empieza a dar menos importancia a las obras penitenciales y mucha más al valor de la acusación y de la contrición interna; a partir de este momento no hay nada más normal que la reconciliación concedida inmediatamente después de la confesión de los pecados, con la imposición de una ligera penitencia. Por su parte, el rito de la penitencia pública solemne evolucionó a partir del Gelasiano hasta el Pontifical de Guillermo Durando, de fines del siglo XIII, que es el terminus ad quem de la formación del ritual de la reconciliación pública, que se conservó en el Pontifical romano hasta el Vaticano II pero que no se utilizaba ya.

El concilio de Trento trató el tema de la penitencia en la sesión XIV del año 1551. El choque con la reforma protestante supuso una profundización, aunque también una cierta rigidez, en la praxis y en la teología penitencial. El concilio repitió sustancialmente la doctrina de santo Tomás de Aquino, dando a la absolución del sacerdote el valor de acto judicial, directamente eficaz, en virtud de una autoridad y un poder recibidos directamente de Cristo. No se prestó gran atención al marco litúrgico. u El Ritual de Paulo V, de 1614, conecta evidentemente con la mens del concilio. En el siglo XVIII, la preocupación por las buenas costumbres y la discreción lleva a la introduc­ción de un mueble especial: el confesionario. Hasta entonces el lugar de la celebración penitencial era la sede presidencial del celebrante.



            La historia que a grandes rasgos hemos trazado revela una cierta evolución o, incluso, mutación en la concepción de la penitencia: desde una penitencia pública hasta una praxis más privada y, finalmente, total­mente individual: desde una penitencia concebida como reconciliación con la Iglesia concedida una sola vez en la vida, hasta una celebración de la penitencia vista como ayuda y remedio en la vida del penitente, reiterable e incluso frecuente. Luego, en lo que se refiere a las modalidades celebra-tivas: desde la imposición de penitencias rigurosas a otras increíblemente leves; desde la absolución dada después de haber cumplido la penitencia, hasta el uso, difundido a partir del siglo X, de absolver al penitente incluso antes de haber cumplido la penitencia impuesta. A todo ello hay que añadir la mutación de la mayor parte de las formas rituales de la celebración que durante muchos siglos, prácticamente hasta Trento, fueron decididas por las costumbres locales.

6.3 La celebración de la penitencia después del Vaticano II

En lo relativo a la reforma del rito de la penitencia, el Vaticano II dio una clara orientación: "Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia, de modo que expresen con mayor claridad la naturaleza y el efecto del sacramento".
El nuevo Ritual de la Penitencia  fue promulgado el 2 de diciembre de 1973. Las formas celebrativas propuestas son:

A) Rito para la reconciliación de un solo penitente:

- acogida del penitente (señal de la cruz, invitación a la confianza en Dios).
- liturgia de la palabra (facultativa)
- confesión de los pecados y aceptación de la penitencia o satisfac­ción
-  oración del penitente (acto de dolor) y absolución del sacerdote, manteniendo extendidas las manos o, por lo menos, la mano derecha, sobre la cabeza del penitente y trazando la señal de la cruz sobre él
- acción de gracias y despedida.

B) Rito para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución indi­vidual:
- ritos iniciales (canto, saludo, oración)
- liturgia de la palabra (lecturas, salmo o canto, homilía, silencio para el examen de conciencia)
- rito de la reconciliación (fórmula de la confesión general, plegaria litánica y recitación del Padrenuestro; confesión y absolución individual)
- acción de gracias, bendición y despedida.






C) Rito para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución gen­eral.

El esquema del rito es como el de la forma anterior. Las diferencias principales son: en lugar de la acusación-absolución individual se pone la acusación general y la absolución colectiva. Se usa la misma fórmula de absolución, precedida de tres breves oraciones anamnético-epicléticas de tipo trinitario; cada una de ellas expresa lo que en el perdón de los pecados realizan respectivamente el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Hay que tener presente que esta última forma celebrativa está autor­izada sólo en el marco de estrictas reglas disciplinares.

Algunos valores comunes a las tres formas celebrativas son los siguien­tes: se pone de manifiesto la relación entre palabra de Dios y penitencia; se subraya el contexto eclesial de la reconciliación; los textos, especialmente la fórmula de la absolución, son ricos en doctrina.

Celebraciones penitenciales

Los Prsenotanda del Ordo pxnitentise (n° 36-37) hablan también de las celebraciones penitenciales, que no hay que confundir con el sacramento de la penitencia. En ellas no se pone el signo sacramental de la reconcili­ación. Sin embargo, su integración explícita, o intencional, en el proceso de la reconciliación cristiana, cuya clave es el sacramento, les confiere una orientación sacramental que es importante reconocer.

Las celebraciones penitenciales tienen también valor en sí mismas, en cuanto revelan el carácter eclesial de la penitencia. Su estructura celebrativa es la usada habitualmente en las celebraciones de la palabra de Dios.

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