Taller de oración tercero: Vacío interior y encuentro
Una de las grandes preocupaciones de las
personas que quieren avanzar en el camino de la oración es la concentración. En
estos tiempos de prisas, ruidos, ajetreos, nos cuesta hacer oración, y sobre
todo sentimos dificultad para hacer ese silencio interior donde Dios tiene
grandes deseos de estar con nosotros.
En este número os proponemos un ejercicio
de vacío interior, esencial para disponer todo nuestro ser para la oración y
alcanzar un vacío interior.
Muchas de nuestras tensiones son
nerviosas, localizadas en los diferentes campos del organismo. La mente (el
cerebro) las produce, pero se siente en cualquier parte de nuestro cuerpo. Si
logramos parar la mente, aquellas cargas energéticas desaparecen y la persona
se siente descansada, sosegada y en paz. Se trata de un ejercicio de
relajamiento y de control mental.
En primer lugar tomamos una postura
adecuada, cómoda. Nos sentimos como si la cabeza estuviera vacía.
Experimentamos que en todo nuestro ser no hay nada (pensamientos, imágenes,
emociones…), páralo todo. Te ayudará a conseguir esto el ir repitiendo
suavemente nada, nada, nada…
Haz esto durante unos treinta segundos. Luego descansa
un poco. Después vuelve a repetirlo. Y así, practícalo unas treinta veces.
Después de practicar bastante, tienes que sentir que
no solamente la cabeza, sino también el cuerpo, todo está vacío, sin corrientes
nerviosas, sin tensiones. Sentirás bastante alivio y calma.
Después
cierra los ojos, imagínate estar ante una inmensa pantalla blaca, o un campo
nevado, muy nevado, donde apenas hay figuras. Con esto tu mente queda en
blanco, sin imágenes, sin pensamientos.
Después abre los ojos y descansa un poco.
Vuelve a
cerrar los ojos, imagina estar ante una pantalla oscura. Permanece en paz. Tu
mente quedará a oscuras sin pensar ni imaginar nada, también durante unos
treinta segundos o más. Abre los ojos y descansa un poco. Si ves que te
interrumpen las distracciones, no te preocupes, vuelve a empezar de nuevo
tranquilamente, sin agobio. No olvides aquella frase de san Agustín: “Si tu
deseo es oración, ya estás haciendo oración”.
Después,
con gran tranquilidad empieza a decir: ¡Señor, Señor!, y quédate con la
atención paralizada y fija en el Seño durante unos quince segundos. Repítelo
varias veces.
Con gran
serenidad, di en voz suave la palabra paz. Y quédate durante unos quince
segundos en completa inmovilidad interior. Te sentirás inundado de paz.
El
control directo se te escapará muchas veces, las facultades intentarán recobrar
su independencia y también las imágenes tratarán de perturbar la quietud. No te
asustes ni tengas impaciencia. Ten calma y paz. Poco a poco te irás
acostumbrando a realizar los ejercicios de relajación y a llenar tu mente y tu
corazón de Dios.
La
oración no requiere de muchos discursos ni de muchos caminos lógicos. La
oración requiere amor. A través de este ejercicio, te irás llenando de la paz
que produce el encuentro con Dios. Un encuentro que es capaz de llenar todas
nuestras más profundas aspiraciones y elevarnos a realidades cada vez más
elevadas y místicas. La oración es un don de Dios, y como tal, es un regalo.
Siempre que pidamos a Dios ese don, El nos lo concede, porque desea que todos
sus hijos nos encontremos con él y le amemos cada vez más. Déjate llenar de ese
amor de Dios y disfruta de la presencia de Dios.
La mayor
tentación puede ser sentir la incapacidad de llevar a cabo un camino de
oración. No decaigas, no te desanimes, ten paciencia y espera. Dios saldrá a tu
encuentro cuando menos lo pienses. Persevera y sé fiel. Haz que la oración
empiece a ser importante, muy importante en tu vida. Que cobre un gran interés,
que no sea una realidad circunstancial o añadida. Sin la oración nuestra fe se
debilita. Necesitamos orar para entrar en contacto con el Señor que tanto nos
ama.
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