Taller de oración Quinto: ORACIÓN DEL ABANDONO (Segunda parte)
Cuando
depositamos toda nuestra confianza en Dios, somos capaces de colocar ante El
toda nuestra vida y toda nuestra historia. La vivencia de la fe cristiana hace
posible que Dios se convierta para cada uno de los creyentes en la persona ante
quien nos sentimos seguros y somos capaces de entregarle todo nuestro ser.
En
este artículo vamos a ofrecer un sendero de oración de abandono ante Dios,
centrado en las personas que acompañan nuestra vida. Personas que se relacionan
con nosotros y que tal vez nos cuesta aceptar.
Toma
una posición para hacer oración. Paso a paso ve calmándote. Concéntrate. Evoca,
por la fe, la presencia de Jesucristo. El está siempre a tu lado y quiere
acompañar tu vida. Déjate transformar por su presencia amorosa, una presencia
que es capaz de producir en ti mucha paz, mucha esperanza y gozo. Cuando hayas
entrado en plena intimidad con él, evoca el recuerdo de tu hermano o hermanos
“enemistados”. Aunque te cueste, recuerda aquellos momentos que han producidos
heridas en ti ante la presencia de los hermanos.
Jesús,
entra dentro de mí, hasta las raíces más profundas de mi ser, toma posesión de
toda mi persona. Calma este mar de emociones adversas. Jesús, mi Señor, que lo
eres todo para mí, aceptar mi pobre corazón herido ante tu presencia. Acepta
las heridas que produce la presencia de esta persona que no acepto, que no
perdono. Arranca mi corazón y cámbialo por el tuyo. Acepta mi vida. Perdona tú
dentro de mí, perdona tú en mí y por mí. Quiero sentir los mismos sentimientos
que tienes tú hacia todos los hombres y mujeres. Esos sentimientos de
amor,perdón y misericordia. ¡Es tanta tu misericordia y tanto tu amor!. Lléname
de esa misericordia tuya, que es infinita y que sobrepasa los límites de compresión
y alcance. Haz que pueda aceptar en mi corazón a esa persona: familiar, amigo,
vecino, compañero de trabajo... que no termino de aceptar y por tanto perdonar.
Ayúdame, Señor, tener los mimos sentimientos que tu tienes hacia todos.
Imagina
como desaparece la oscuridad en presencia de la luz. Siente cómo ante la
presencia de Dios los rencores se esfuman. Siente el aire fresco de la mañana
que se transforma en paz interior dentro de ti y llena tu alma de esa paz.
Cuando no somos capaces de perdonar, tampoco somos capaces de crecer en amor a
Dios. Se produce un bloqueo constante. Es necesario perdonar para vivir la
experiencia gozosa del amor de Dios. Una experiencia que es capaz de
transformar todo mi ser.
Por
unos momentos trata de imaginarte a esa persona, a quien te cuesta perdonar y
aceptar, dándole un abrazo. Es verdad que la escena puede ser “dura” para ti.
Si no puedes imaginar esa escena, cambia tu rostro por el rostro de Jesucristo,
ya verás cómo logras imaginar esa escena real tuya con tu enemigo.
Cuando
la herida queda sanada, y nunca más vuelve a abrirse, es señal de que el perdón
fue un don del Espíritu Santo. A veces hay que volver a repetir la oración,
incluso varias veces. No es fácil el perdón de nuestros enemigos, y por tanto,
debemos volver sobre dicho perdón. Tal vez después de la oración, puedas volver
a sentir aversión contra aquel hermano, aunque menos intensa. No olvides que
cualquier herida necesita de tiempo para sanar por completo.
Puede
suceder también otra cosa. Has perdonado. El rencor parece que apagó por
completo. De repente, sin embargo, después de mucho tiempo, al amanecer una
mañana cualquiera, no se sabe cómo ni
porqué, vuelve todo. No te asustes ni te impacientes. Las emociones no dependen
de la voluntad. Vuelve a repetir los actos de perdón en la oración con Jesús.
Esa oración te dará cada vez más confianza, más amor, más ternura en tus actos
y en tus decisiones. Dios quiere sanar
tu corazón puesto que El ha venido para “sanar los corazones destrozados”. Su
infinita misericordia siempre está actuando como bálsamo con un perfume de
fragancia exquisito.
Te ofrecemos un ejemplo sencillo
de oración:
Señor
Jesucristo, hoy te pido la gracia de poder perdonar a todos los que me han
ofendido en mi vida. Sé que Tú me darás la fuerza para perdonar. Te doy gracias
porque Tú me amas y deseas mi felicidad más que yo mismo. "Señor
Jesucristo, hoy quiero perdonarme por todos mis pecados, faltas y todo lo que
es malo en mí y todo lo que pienso que es malo. Quiero perdonar a esa persona
que me ofendió, que no me aceptó, que me quiso mal. Esa persona que no me quiso
bien.
Desvía de mí,
Dios mío, la idea de maldecirle y todo deseo malévolo contra él. Has que yo no
experimente ninguna alegría por las desgracias que pueda tener, ni pena por los
bienes que puedan concedérsele, con el fin de no manchar mi alma con
pensamientos indignos de un hijo tuyo.
Señor, que tu
bondad se extienda sobre él y le conduzca mejores sentimientos respecto a mí.
Inspírame el
olvido del mal y el recuerdo del bien. Que ni el odio, ni el rencor, ni el
deseo de volverle mal por mal, entren en mi corazón, porque el odio y la
venganza sólo pertenecen a quienes no quieren aceptarte ni amarte a ti.
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