viernes, 15 de julio de 2016

Taller de oración Cuarto



Taller de oración Cuarto: Oración de abandono (Primera Parte)

            Uno de los mejores senderos de oración, sin duda alguna, es la oración de abandono. Son tantas las realidades difíciles de aceptar que presenta nuestra vida, que necesitamos abandonarnos en Dios. El sale a nuestro encuentro como Padre bueno y misericordioso para ayudarnos y socorrernos. El está siempre atento a nuestras necesidades y sabe que no podemos vivir sin El.

            Vamos a ofrecer dos caminos de oración de abandono en Dios. El primero está centrado en aceptar nuestra propia historia.  Solemos decir que la historia es un campo de batalla, cubierto de hojas muertas.
            Muchas personas, sin embargo, llevan vidas atormentadas porque siempre están con la mirada vuelta hacia atrás y fija precisamente en las heridas que no han sanado. La desgracia de mucha gente es que reviven las páginas muertas. Llevan una vida triste porque rememoran hechos precisamente tristes. Sus propios archivos son el surtido más abundante de resentimiento.  Los archivos constan de hechos consumados que nuestros rencores y lágrimas jamás alterarán. El ser humano puede vivir amargado e incluso angustiado con esos hechos consumados que nunca termina de perdonar y por lo tanto de sanar.
            El creyente en Cristo necesita ejercitarse frecuente y profundamente en esta purificación: en aceptar una y cien veces, desde la fe, las historias dolorosas que el Padre permitió.



            Toma una postura recogida, colócate en la presencia del Señor y consigue un estado de intimidad con el Padre. Haz lentamente una introspección y una retrospección  zambulléndote en las páginas de tu historia. Uno por uno, ve aceptando los recuerdos dolientes en el amor del Padre, y repite: “me abandono en ti”.
            Comienza desde la época de la infancia. Ve escalando tu vida: adolescencia, juventud, edad adulta… donde te encuentres y con la edad que tengas. Aquellas personas que quizás influyeron negativamente, aquella crisis de la adolescencia, aquel hecho tan insignificante pero que marcó toda tu vida, aquella herida de amor, aquella falta de perdón, aquella persona que no te aceptó, aquel amigo que te traicionó, aquella situación de pecado cuyo remordimiento no deja en paz….
Ve asumiendo tofo en la fe y extiende sobre el campo de batalla la paz del abandono.  Tu vida es tuya y pertenece también a Dios. El la ama y la mima con ternura, incluso aquello que tu no amas de ti, El si lo ama y lo sana.
            Es verdad que hay páginas de nuestra historia que no deseamos volver a recordar, pero esas páginas, sino se aceptan e incluso si no se aman, pueden bloquear nuestro crecimiento en la fe y en el amor. Permite que Dios pase con suavidad, con ternura, por esa vida y esa historia tuya.  Puedes emplear estas palabras u otras:



Señor de la historia, dueño del futuro  del pasado, me abandono en ti. Para ti nada es imposible. Permitiste que todo sucediera así. Hágase tu voluntad. Porque me amas y te amo, quiero pasar en silencio, pero consciente de todo, sobre todas las páginas de mi historia.
            En este momento asumo, en el misterio de tu voluntad, todos los hechos cuyo recuerdo me molesta, lo rechazo, o no quiero recordarlo porque…. Uno por uno, quiero depositar en tus manos de Padre, todos los acontecimiento dolorosos desde la infancia hasta este momento.
            A tus pies deposito la carga pesada de mis pecados. Confío en tu misericordia y en tu amor infinito. Acepto con paz no ser  lo que me gustaría que fuera, sino lo que realmente soy ante ti. Haz que me presente real ante tu presencia, sin maquillajes, sin caretas, sin postizos… Toda mi historia y mi persona la coloco ante ti, porque tú me amas en lo más profundo de todo mi ser. Bendito y alabado seas Señor porque te dignas pasar por mi pobre vida, la sanas, la fortaleces, la construyes y edificas. Me amas como soy y amas toda mi historia.
            Que sepa perdonar a las personas que me hicieron mal, como tú me perdonas y como tu  les amas a ellos. Acepta, oh Padre, la ofrenda de mi corazón.

            Esta oración puede realizarse varias veces, recordando aquellas palabras del salmo 24: Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. Confía en Dios, que con amor de Padre, acepta tu historia y te ama.

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