sábado, 28 de noviembre de 2015

UN RETIRO DE ADVIENTO


Motivación
         Nos encontramos ante un nuevo ciclo litúrgico. Estamos a las puertas de un Adviento nuevo y en el contexto de un retiro. Es importante que nos dejemos acoger por Dios que se acerca a nuestras vidas a través de su Palabra. Es hermoso prestar unas horas de nuestras múltiples tareas comunitarias y pastorales, de nuestros incansables y celosos trabajos, para dejar a Dios actuar en nuestras vidas. El quiere hacerse cercano a nosotros para que podamos también nosotros participar de su amor. Todo invita hoy a sentirnos realmente amados y fortalecidos por Dios que acompaña nuestras vidas.

 Un poco de historia sobre el Adviento

Al principio, los cristianos no celebraban el nacimiento de Cristo, sino únicamente su muerte y resurrección. La Pascua era la única fiesta anual y se esperaba el retorno glorioso del Señor durante una fiesta de Pascua, antes de que pasase la generación de sus contemporáneos. La esperanza de la parusía se acrecentaba en la liturgia. Por eso querían acelerarla con su oración, como testimonia la plegaria aramea, de proveniencia apostólica, Maranatha, que encontramos en 1Cor 16,22, en Ap 22,20 y en la Didajé y que tiene dos posibles significados: Ven, Señor, si se lee Marana Tha y el Señor viene o ha venido si se lee Maran Atha.
A partir del s. IV se generalizó la celebración de la Navidad. San Agustín, hacia el año 400, afirmaba que no es un sacramento en el mismo sentido que la Pascua, sino un simple recuerdo del nacimiento de Jesús, como las memorias de los Santos. Por lo tanto, no necesitaría de un tiempo previo de preparación o de uno posterior de profundización. Sin embargo, 50 años más tarde, san León Magno afirmó que sí lo es. El único sacramento de nuestra salvación se hace presente cada vez que se celebra un aspecto del mismo, por lo que la Navidad es ya el inicio de nuestra redención, que culminará en Pascua. Estas consideraciones posibilitaron su enorme desarrollo teológico y litúrgico hasta formarse un nuevo ciclo celebrativo, distinto del de Pascua, aunque dependiente de él. En Pascua se celebra el misterio redentor de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En Navidad se celebra la encarnación del Hijo de Dios, realizada en vistas de su Pascua, ya que «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo […] y se hizo hombre», como dice el Credo.
A medida que Navidad-Epifanía fue adquiriendo más importancia, se fue configurando un periodo de preparación. Las noticias más antiguas que se conservan provienen de las Galias e Hispania. Parece que se trataba de una preparación ascética a la Epifanía, en la que los catecúmenos recibían el bautismo. Pronto se les unió toda la comunidad. La duración variaba en cada lugar. Con el tiempo, se generalizó la práctica de cuarenta días. Como comenzaba el día de san Martín de Tours (11 de noviembre), la llamaron Cuaresma de san Martín o Cuaresma de invierno.
San Gregorio Magno redujo la duración del Adviento en Roma a cuatro semanas. Durante mucho tiempo convivieron las dos fórmulas, aunque a finales del s. XII se impuso definitivamente el uso breve. Las cuatro semanas evocaban la espera mesiánica del Antiguo Testamento, porque se interpretaban como el recuerdo de los cuatro mil años pasados entre la expulsión de Adán del Paraíso y el nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época.
Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia reintrodujo el Aleluya los domingos en las antífonas del Oficio, lo que se ha conservado hasta el presente, extendido a los otros días de la semana. Los predicadores subrayaron cada vez más el recuerdo de la historia previa al nacimiento de Cristo, haciendo de la dimensión escatológica (tan importante al principio) algo secundario. Ésa ha sido la característica predominante durante siglos.
4.         La triple venida del Señor
Las celebraciones de la Iglesia son memoriales; es decir:
1.         Recuerdo de acontecimientos pasados,
2.         promesa de realidades futuras y
3.         actualización sacramental de lo que se celebra.

Meditando en la venida pasada de Cristo y preparando su venida futura, aprendemos a reconocer su venida presente. Comprendemos que Cristo está viniendo en cada acontecimiento y que tenemos que estar despiertos para acogerle. Para quien lo recibe en la fe, su venida se convierte en salvación. Quien lo rechaza, pierde la oportunidad que se le ofrece y permanece en la condenación.
El Señor vino. Durante el Adviento, la Iglesia mira al pasado: a las esperanzas de Israel, a las promesas de los profetas y a su cumplimiento en Cristo: el Hijo de Dios se hizo hombre para que los hijos de los hombres pudiéramos llegar a ser hijos de Dios. Porque Jesús vino y se ha quedado entre nosotros, en nuestros días no es necesario subir al cielo o bajar al abismo para encontrar a Dios (cf. Rom 10,6-7).
El Señor vendrá. En Adviento, al mismo tiempo que se hacen presentes las obras pasadas de Dios, la Iglesia mira al futuro: a la manifestación gloriosa de Cristo y a la nueva Jerusalén, que descenderá del cielo; cuando la humanidad redimida entrará en el Paraíso verdadero, del que el jardín del Edén era solo anuncio profético, y vivirá la vida de Dios para siempre. Cumpliendo sus promesas, Jesús vendrá para llevar a plenitud su obra salvadora. La liturgia anticipa proféticamente el cumplimiento pleno de sus promesas y nos permite pregustar la vida eterna.
El Señor viene. La liturgia actualiza de una manera misteriosa lo que recordamos (como ya sucedido) y lo que esperamos (como suceso futuro), por lo que podemos hablar de tres venidas del Señor: la que tuvo lugar hace más de 2000 años, la que se realizará al final de los tiempos y la presente, en que ambas se actualizan: Jesús viene, se hace presente entre nosotros. Por eso, la Sagrada Escritura llama a Jesús «el que es, el que era y el que viene» (Ap 1,8) y dice que «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Este argumento ha sido propuesto continuamente por los autores espirituales, que insisten en la perenne actualidad de la venida del Señor a nuestras vidas.
Es significativo que las primeras oraciones del Adviento inviten a tomar conciencia de la perenne actualidad de la visita de Dios: «Anunciad a todos los pueblos y decidles: “Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”». La Iglesia comienza su año litúrgico afirmando que Dios viene. Anuncia que el mismo que nació en Belén y volverá para llevar todo a plenitud, viene hoy. Viene porque somos importantes para Él. Viene para liberarnos de todo lo que nos impide ser felices. Viene para darnos su vida eterna. Y lo hace especialmente por medio de la Iglesia y de su liturgia. Esta venida actual hace significativo el Adviento y asegura que el cristianismo no es solo una hermosa utopía.

5.         Invitación a la vigilancia (semana I)
Todos sabemos que el cristianismo no es, en primer lugar, un conjunto de doctrinas o de normas morales, sino una persona: Jesús de Nazaret, el encuentro con Él y con la Buena Noticia de su amor. Esto es precisamente lo que celebra el Adviento: que Jesús viene a nosotros y que podemos encontrarlo. Si el Señor llama a nuestras puertas, es natural que la Iglesia nos invite a velar, para evitar que su llegada pase desapercibida. Las lecturas de estos días insisten: «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42); «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13,33ss); «Estad siempre despiertos» (Lc 21,35).
Velar es despertar. Velar es acoger el perdón. Despertar del sueño es aceptar la propia verdad, la propia debilidad, y pedir perdón. Solo los que toman conciencia de sus faltas comprenden que siguen necesitando de Cristo, y pueden orar con humildad: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve»; es decir: que tu gracia nos vuelva a iluminar y restablezca en nosotros la luz del bautismo, ahora «oscurecida» por el pecado. En el camino de la vida, el creyente puede sentirse débil, afligido por el cansancio y los escándalos que se multiplican y le roban la ilusión de pertenecer a la Iglesia de Cristo. Parece que la oscuridad lo envolviera y que la llama de la fe se debilitara… Ése es el momento de pedirle que su luz nos restaure, es el momento de redescubrir el sentido del Adviento, para acoger con humildad a Cristo, que viene siempre «a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
Velar es optar por Cristo. Por desgracia, en ocasiones, también los consagrados  nos dejamos arrastrar por las seducciones del mundo. Por eso, Jesús advierte con realismo: «Velad en oración para no caer en la tentación, porque el espíritu está decidido, pero la carne es débil» (Mt 26,41). Hemos de estar atentos para que la gracia de Dios no se desperdicie en nuestras vidas (cf. 2Cor 6,1). La Iglesia invita siempre a velar
Poneos en camino. Preparad el camino del Señor

Movido por su amor, Dios envió al mundo a su propio Hijo, para librarnos del pecado (cf. 1Jn 4,10) y convertirnos en hijos suyos (cf. Gal 4,4ss). Ante este don, la respuesta lógica debería ser la acogida agradecida y la obediencia de la fe.
El Bautista en el desierto nos invita a preparad el camino del Señor, a caminar seguros con la certeza que Dios está con nosotros. No es la primera vez que celebras el Adviento, tampoco es la primera vez que participas en un retiro. Tal vez la Palabra de Dios resuene en ti repetitiva, sin fuerza y sin vigor. Es el momento de salir de nosotros mismo y hacer caso al Profeta, que en definitiva, significa escuchar a Dios y ponerse en camino.
Tal vez al iniciar el camino, descubras quien eres, midas tus fuerzas, tus ilusiones,. Tus ganas… Tal vez te desanimes porque veas tus inconsistencias, tus fracasos, la ilusión perdida por una vida religiosa maltrecha, rutinaria y cansada. Tal vez te veas arrastrado muchas veces por tus errores, por tu pasado o incluso por tu pecado. Dios te está llamando para que te pongas en camino con la certeza que El es quien te llama y te capacita para hacerlo.
No temas verte así: cansado, malhumorado, sin fuerzas, lleno de inconsistencias, no temas. El ha venido para ser misericordia en tu vida. En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo. MV, 15
         El año de la misericordia debe despertar en nosotros ese gran deseo de acercarnos al Dios que tanto nos ama y tanto nos perdona. ¡Si fuéramos capaces de entender la misericordia de Dios!. Este es el Adviento de la misericordia, puesto que para el siguiente ya habrá concluido el año santo. ¿Has pensado cómo Dios contempla tu vida y cómo te contemplas a ti mismo?; ¿has pensado cómo Dios ama y mima a tu comunidad?.
         Cuántos desánimos y tristezas nos vienen muchas veces motivados por nuestras relaciones fraternas en la vida de comunidad. Cuántas energías agotadas cuando no entendemos la misericordia de Dios que pasa por la vida de cada uno de mis hermanos de comunidad. Seamos misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme» (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos.MV 14.
Es  el momento de preparar el camino de la misericordia con nosotros mismo y con nuestros hermanos y hermanas de comunidad. El el momento de dejarnos reconducir por Dios. Es el momento de anunciar.







a Cristo que viene desde la misericordia y el perdón.
Todo ser humano necesita de esperanzas que le mantengan en el camino. Las dos primeras semanas de Adviento anuncian la gran esperanza, la salvación definitiva que puede dar un sentido a nuestras caídas y sufrimientos, a nuestro presente, aunque a veces sea fatigoso.

Estad siempre alegres en el Señor
El tercer domingo de Adviento, llamado de Gaudete, recibe su nombre de la primera palabra del introito de la misa, tomado de un texto de san Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). El gozo por la cercanía de Navidad se refleja en las flores de los templos, en la música y en las vestiduras litúrgicas, que por un día dejan el morado penitencial para transformarse en rosa.
La liturgia invita al gozo por la venida del Señor, al que llama «alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada» e invita a celebrar «con alegría desbordante» la Navidad, a la que define como «fiesta de gozo» para todos los creyentes. Haciéndose eco de las promesas de los profetas (Zac 2,14; Sof 3,14-18; Jl 2,23-27; etc.) y del saludo del ángel a la Virgen María (Lc 1,28), invita a la alegría a la ciudad de Dios, que es figura de toda la Iglesia: «Alégrate, Jerusalén, porque viene a ti el Salvador». Incluso llega a pedir que se alegre toda la naturaleza ante la llegada del Señor: «Destilen los montes alegría, porque con poder viene el Señor, luz del mundo».
La cercanía del Señor es fuente de alegría. «El Señor está cerca». Estas palabras revelan la esencia del Adviento y del cristianismo en general. La cercanía del Señor y de su juicio no despierta temor en los creyentes, sino alegría, porque viene para salvarnos. Todo el evangelio es un gozoso anuncio del amor de Dios, manifestado en Cristo. La liturgia de Adviento lo recuerda de una manera especial. Somos dichosos porque ya no estamos en la situación de los justos que esperaron en el cumplimiento de unas promesas lejanas en el tiempo (cf. Mt 13,16-17). El Señor ha venido y se ha quedado. Tampoco hay que ir a buscarlo a sitios lejanos, ya que está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Porque el Señor está cerca, la Iglesia se goza como la esposa en compañía de su Amado. A pesar de las contradicciones y de las zozobras, la cercanía del Señor es fuente de alegría y paz.
 
         San Agustín describe a la alegría con la palabra “hilaritas” que significa la alegría de aquel que se siente amado por el Señor. Y también en varios de sus sermones explica que la verdadera alegría cristiana nace de la caridad y se propaga a través de la caridad.
La tercera semana del Adviento nos recuerda esta dimensión de la alegría cristiana ya anunciada por el Bautista. El Evangelio del tercer domingo nos presenta un programa de vida: “En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan: Entonces: ¿Qué hacemos? Lc 3,10. La respuesta la encontramos en la misma Palabra de Dios a través de una serie de consejos que el Bautista ofrece a sus seguidores. Pero la respuesta está también en el corazón de cada uno de nosotros: la caridad para con nosotros mismos y la caridad para con los demás.
         Misericordia y caridad deben caminar juntas en el programa de Adviento personal y comunitaria. Deben formar parte de uno de esos adornos que comenzamos a colocar y que siempre son los mimos. ¡Qué bueno sería que el verdadero adorno navideño de nuestras comunidades sea la caridad, el perdón, la misericordia, y la alegría. ¡Cuántos rostros amargados en nuestras comunidades! ¡Cuántos desplantes, sinsabores, siempre malhumorados, justificándos y aferrándonos a una serie de reglas y normas de las constituciones para justificarnos ante Dios y ante los hombres. De poco sirven nuestras reglas y constituciones si no están repletas de misericordia y perdón
De por sí, toda la liturgia de Adviento es una invitación a la alegría. Incluso en medio de la oscuridad, los cristianos deben alegrarse porque «el Señor está cerca». Él no abandona a los suyos en la prueba. Los cristianos estamos invitados a compartir con los demás de la alegría que celebramos, la que brota del encuentro con Cristo.

Ponerse en camino

El 17 de diciembre la Iglesia latina comienza la segunda etapa del Adviento, dedicada a preparar más directamente las fiestas navideñas, lo que imprime un carácter especial a las lecturas y oraciones de la liturgia. A partir de ese día, en las primeras lecturas de la misa se proclaman las promesas mesiánicas de los profetas, que encuentran su cumplimiento en las primeras páginas de los evangelios de san Mateo y san Lucas, que se leen a continuación. Allí se presentan las escenas inmediatamente anteriores al nacimiento del Señor: anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, visitación de María a Isabel, cánticos de Zacarías y de María, genealogía de Jesús.
El prefacio para los últimos días del Adviento nos dice: «Es justo darte gracias, Padre, por Cristo, a quien los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza».

         Es importante anotar varios datos: los personajes que aparecen indicados en el prefacio: Los profetas, María y Juan Bautista son personas que se pusieron en camino para anunciar la salvación de Dios, la cercanía de Dios en medio de su pueblo. Nuestra vida consagrada posee en sí misma una gran dimensión profética, de testimonio, anuncio. El último domingo del Adviento, la iglesia pone los ojos en María porque de Ella nos viene la salvación de Dios. En el pasaje de éste año la vemos peregrina hacia la montaña para visitar a su prima Isabel y comunicar el gozo, la alegría desbordante de tener al mismo Dios en sus entrañas.


         También a nosotros se nos invita a ser profetas de misericordia. El Papa, en la Bula del año santo convoca a los misioneros de la misericordia:Durante la Cuaresma de este Año Santo tengo la intención de enviar los Misioneros de la Misericordia. Serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. MV 18.

domingo, 11 de octubre de 2015

CANTO GREGORIANO CRUZ FIDELIS

El himno Crux fidelis compuesto por Venancio F

ortunato se canta durante la adoración de la cruz en la tarde del Viernes Santo. Es sin duda , uno de los himnos más antiguos que conservamos la de la música gregoriana. Muy bello y expresivo.

domingo, 9 de agosto de 2015

CANTO GREGORIANO EN SEMANA SANTA

El primer canto que ofrecemos es la antífona que acompaña a la procesión del Domingo de Ramos: Pueri Hebraeórum. Los niños hebreros, llevando ramos de olivos, aclamaban al Señor diciendo: Hosanna en el el cielo. 

 


domingo, 2 de agosto de 2015

SAN MILLÁN Y VALVANERA


10. LA PASTORAL LITÚRGICA



TEMA 10.
LA PASTORAL LITÚRGICA.


La vivencia de la liturgia requiere una acción pastoral litúrgica, promovida por los pastores y los responsables de la vida litúrgica de las comunidades. Esta acción es contemplada por la teología pastoral y por la misma ciencia litúrgica en relación con los demás aspectos de la misión de la Iglesia. Aquí se estudia la pastoral litúrgica con especial atención a la participación de los fieles en la liturgia Se tratará también del derecho litúrgico, al servicio de la finalidad pastoral de la liturgia.


I LA PASTORAL LITÚRGICA EN EL CONJUNTO
DE LA PASTORAL DE LA IGLESIA

La misión de la Iglesia, continuación de la misión de Cristo (cf Jn 20,21, Hech 1,8, SC 6), aparece reflejada de este modo por el Concilio Vaticano II «La Iglesia, predicando el Evangelio, mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia él (LG 17; cf. SC 6)».

  1. Triple «función»

Una lectura atenta de este texto pone de manifiesto las tres grandes acciones que configuran la misión de la Iglesia: la predicación del Evangelio (pastoral de la Palabra), el bautismo y la incorporación a Cristo (pastoral de los sacramentos), y la práctica de la caridad (pastoral del servicio). Esta división, basada en Cristo «Profeta, Sacerdote y Rey», aparece también en la distinción clásica de las funciones del ministerio ordenado: el munus docendi o función de enseñar, el munus sanctificandi o función santificadora y cultual, y el munus regendi o función de guía del pueblo de Dios (cf. LG 25- 27; CD 12-16; PO 4-6). Todo el pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y cumple también la parte que le corresponde en la misión de toda la Iglesia (cf. LG 33-35; AA 2-4)2.

Más recientemente se han propuesto otras divisiones análogas, que pueden sintetizarse así: la evangelización o misión (kerygma), la catequesis (didascalia), la liturgia (leitourgía), la comunión eclesial (koinonía) y el servicio (diakonía) . Las dos primeras son englobadas por algún autor y llamadas martyría. En realidad subsisten las tres funciones anteriores, dado que la koinonía es fruto tanto de la pastoral de la Palabra (evangelización y catequesis) como de la pastoral litúrgica, y constituye el fundamento de la pastoral del servicio.

  1. Unidad y relaciones mutuas

En todo caso, la pastoral litúrgica, vinculada a la función santificadora y cultual de la Iglesia, se distingue bien en relación con los restantes aspectos de la misión eclesial, pero dentro siempre de una dinámica unitaria más amplia que no puede
prescindir de ninguno. En efecto, la pastoral de la Palabra es necesaria «para que los hombres puedan llegar a la liturgia... llamados a la conversión y a la fe» (SC 9). Por otra parte, «la liturgia misma impulsa a los fíeles a que, "saciados con los sacramentos pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo» (SC 10).

La pastoral litúrgica ha de tener en cuenta que la liturgia es «cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde dimana toda su fuerza» (SC 10; cf. SC 11). Pero, al mismo tiempo, ha de estar orientada a la formación de una auténtica comunidad cristiana (cf. PO 6).



II. NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS DE LA PASTORAL
LITÚRGICA

La pastoral litúrgica surgió como tendencia dentro del movimiento litúrgico cuando san Pío X recordó —en 1903— que la participación de los fieles en la liturgia es la fuente primera e indispensable del espíritu cristiano . El Concilio Vaticano II asumió este ideal (cf. SC 14), para hacer de él el principal objetivo de la reforma litúrgica (cf. SC 11; 14; 19; 21, etc.). Terminada ésta y una vez promulgados los libros litúrgicos, subsiste el mismo objetivo en la tarea permanente de conducir a los fieles hacia una
vivencia cada día más profunda de lo que celebran .

1. El concepto

El concepto de pastoral litúrgica depende, en todo caso, del concepto de liturgia y del concepto de celebración . Por pastoral litúrgica se puede entender, en sentido amplio, la acción «atenta a todo aquello que en la existencia cristiana y en la actividad de la Iglesia emerge como expresión ritualizada de la dignidad y función sacerdotal para favorecerlo e interpretarlo desde la fe» . En un sentido más concreto, pastoral litúrgica es la acción tendente a que el pueblo participe «activa y conscientemente en la celebración del culto de modo que halle en la fuente misma el verdadero espíritu cristiano»; y también «la ciencia y el arte de convertir los signos del culto cristiano en lo más comunicativos posible», para favorecer la participación . No obstante, como se ha insinuado, el verdadero concepto de pastoral litúrgica depende íntimamente de la naturaleza de la liturgia en cuanto expresión simbólica y ritual, que actualiza y hace presente la obra de la salvación de Cristo: «Pastoral litúrgica es la acción pastoral realizada por el pueblo de Dios para edificar el cuerpo de Cristo mediante las acciones eclesiales del culto cristiano, teniendo en cuenta la situación real de los hombres» .

La liturgia requiere el ejercicio de una pastoral y es ella misma acción pastoral. En suma, la pastoral litúrgica está al servicio de los fines de la liturgia. Por eso se puede decir también que la liturgia pertenece al ser de la Iglesia, mientras que la pastoral litúrgica está en el orden del obrar, es decir, en la línea de todo aquello que contribuye al crecimiento del cuerpo de Cristo (cf. SC 11; 42-43; 61) ".





2. Las notas

            La pastoral litúrgica presenta algunas características propias, teniendo en cuenta el puesto que le corresponde en el conjunto de la misión de la Iglesia:

a) No es directamente misionera, aunque deba estar impregnada de un talante evangelizador. En efecto, la acción evangelizadora y la acción pastoral litúrgica no sólo no se oponen, sino que se implican mutuamente . La pastoral litúrgica está orientada hacia los fieles, para incorporar más plenamente a Cristo a los que han creído y alimentar su vida de fe con los sacramentos (cf. SC 9; 59).

b) La pastoral litúrgica está orientada a la formación integral del ser cristiano, según la medida de Cristo (cf. Ef 4,13; Col 1,9), en analogía con la vida humana. En este sentido ha de cuidar especialmente los elementos más directamente mistagógicos de la liturgia y prestar la debida atención a la iniciación litúrgica.

c) El objetivo inmediato de la pastoral litúrgica es la participación de los fieles. Por eso ha de procurar instruir, educar y conducir progresivamente y por todos los medios a los fieles hacia esa participación consciente, activa y fructuosa a la que tienen derecho en virtud de su bautismo (cf. SC 14; 19). En este sentido, la pastoral litúrgica ha de dirigirse a la totalidad de los fieles, y no solamente a un grupo más o menos selecto. En definitiva, la pastoral litúrgica es una praxis eclesial que requiere también unos conocimientos, una ciencia teórica y práctica, basada en la teología litúrgica y en la aportación de las ciencias humanas que contribuyen a enriquecer la celebración.

III. LOS AGENTES Y LOS ORGANISMOS DE LA PASTORAL LITÚRGICA

            El sujeto de la liturgia es siempre la Iglesia, cuerpo de Cristo, manifestada en la asamblea celebrante (cf. SC 26; 41; 42, etc.) . Por este motivo los actuales libros litúrgicos, en sus praenotanda u observaciones generales previas, antes de hablar de los diferentes ministerios en la celebración, incluidos los que proceden del orden sagrado, se refieren siempre al papel de la comunidad cristiana.

1. Las personas
            La pastoral litúrgica, como se ha dicho antes, afecta de alguna manera a todos los miembros del pueblo de Dios, ministros y simples fieles, a cada uno según la diversidad de orden y de oficio (cf. SC 28). Ahora bien, como ya se ha indicado también, la pastoral litúrgica es tarea que corresponde principalmente a aquellos que, en virtud de la sagrada ordenación, o por institución o por encargo estable u ocasional, han sido llamados a desempeñar los diversos ministerios y oficios en la liturgia.

En este sentido se puede hablar de agentes de pastoral litúrgica, como se habla de agentes de otros campos de la misión pastoral. Pero teniendo en cuenta siempre el carácter de diakonía y de koinonía que vincula todo servicio a la totalidad de la Iglesia,
sujeto último de cualquier tarea eclesial. La pastoral litúrgica compete, en primer término, a los ministros ordenados, es decir, a los pastores, y en segundo lugar a todos aquellos, laicos y religiosos, que trabajan en este campo concreto. Con la pastoral litúrgica colaboran también los catequistas y todos los que se dedican a la educación en la fe, dada la íntima relación entre catequesis y liturgia. Lo mismo puede decirse de los artistas y de los músicos que ponen su arte al servicio de la liturgia (cf. SC 121; 127)








2. Las instituciones y los organismos

            La pastoral litúrgica se desarrolla ante todo en el ámbito de la Iglesia local y particular, aunque a nivel de la regulación de la liturgia, del estudio, programación, coordinación y servicios existan otras instancias u organismos. Los Institutos Superiores de Liturgia y otros centros de formación en este campo significan también una notable contribución a la pastoral litúrgica, especialmente en el ámbito de la formación de los responsables y de los agentes pastorales .

            Ahora bien, una cosa es la acción pastoral litúrgica y otra la competencia en la regulación de los aspectos normativos de la liturgia. Esta función, en la liturgia romana, corresponde a la Sede Apostólica y, en la medida en que determina el Derecho, al obispo y a las Conferencias Episcopales (cf. SC 22; CDC, c.838). El Papa, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la Conferencia Episcopal y el obispo diocesano no sólo intervienen en la pastoral litúrgica mediante actos jurídicos, sino también ejerciendo un magisterio que orienta y señala cauces para el fomento y la renovación de la acción pastoral en el campo de la liturgia.

1. En el seno de las Conferencias Episcopales se encuentran las Comisiones Episcopales de Liturgia, que actúan en nombre de toda la Conferencia tanto para ejecutar disposiciones como para proponer acciones concretas. Vinculados a dichas Comisiones
están los Secretariados o Departamentos de Liturgia (cf. SC 44), como órganos ejecutivos de las Comisiones y que realizan también una tarea de coordinación y de animación a nivel de todo el territorio de la Conferencia Episcopal. En algunas regiones existen, además, comisiones interdiocesanas de liturgia dependendientes de los obispos de una provincia eclesiástica o de algunas diócesis con una lengua común o con una configuración sociopastoral similar.

2. A nivel diocesano la pastoral litúrgica es moderada por el obispo, como cualquier otra acción pastoral n, el cual suele servirse de un delegado episcopal o diocesano, o de una Comisión diocesana de Liturgia, Música y Arte Sacro (cf. SC 45-46). Las tareas que suelen desempeñar las delegaciones y comisiones de pastoral litúrgica son de formación e información, consulta y animación, programación y revisión, etc.

3. En la parroquia, como comunidad local (cf. SC 42; LG 26; CD 30), la acción pastoral litúrgica corresponde al párroco en primer lugar y bajo la autoridad del obispo diocesano . Aunque existan de hecho otras comunidades más reducidas o con otras características, la parroquia sigue siendo el espacio matriz de la vida cristiana.

3. El equipo de animación litúrgica

            En orden a una mayor eficacia pastoral, la parroquia y otras comunidades deben contar con un equipo litúrgico o de animación litúrgica . Aunque no es nombrado expresamente, el equipo litúrgico está contemplado por la liturgia actual: «La preparación efectiva de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que toca al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la Iglesia, y oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe» (OGMR 73; cf. 313).

            Sin pretender recoger todas las actividades y tareas propias de la pastoral litúrgica, entre las que se encuentran las de tipo general, como la catequesis y la formación litúrgica, los principales campos a los que se dedica son los siguientes:

1. La pastoral de los sacramentos y sacramentales.

1. La Iniciación cristiana, en particular el catecumenado de los adultos, el bautismo de los niños, la confirmación y la primera eucaristía. En este campo se manifiesta con toda su agudeza la problemática de la fe en relación con la celebración de los sacramentos: padres de los niños que van a ser bautizados, niños no bautizados en edad escolar, la edad de la confirmación y la preparación de ésta, la celebración de las primeras comuniones, los-neocatecumenados de adultos en proceso de redescubrimiento o asunción de la fe .

2. La asamblea eucarística, sobre todo dominical y festiva, pero sin olvidar a las comunidades que la celebran a diario . Junto a esta finalidad se encuentra también la renovación del culto eucarístico fuera de la Misa.

3. La Penitencia comprende la atención al pecado —predicación y medios para la conversión—, la celebración del sacramento de la reconciliación, las celebraciones penitenciales y los tiempos de penitencia. Un capítulo importante de la pastoral de este sacramento afecta también a su relación con la eucaristía.

4. La pastoral del Matrimonio y de la familia afecta ante todo a la preparación de la celebración litúrgica, pero contempla también la espiritualidad conyugal y familiar basada en el sacramento y los aniversarios del matrimonio , así como la oración y la liturgia doméstica .

5. Los sacramentos de los enfermos, y no sólo la Unción, con las características de la pastoral sanitaria en los grandes hospitales y la atención a la tercera edad.

6. La celebración cristiana de la muerte en las exequias, el aniversario, las conmemoraciones y, en general, el culto a los difuntos
.
2. La pastoral de los tiempos litúrgicos.

1. El domingo y el año litúrgico requieren una atención no sólo a los aspectos catequéticos de su significado, sino también una acción encaminada a la celebración fructuosa del día del Señor, de las solemnidades y fiestas y de los distintos tiempos con los que la Iglesia instruye a los fieles (cf. SC 105).

2. La pastoral de la liturgia de las horas consiste, ante todo, en la incorporación efectiva de los fieles a esta plegaria de la Iglesia, pero sin olvidar la preparación y la vivencia por parte de quienes la tienen confiada en virtud de la ordenación o de la consagración religiosa .

3. La pastoral de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano Afecta a los actos de piedad o devociones, de tipo individual, familiar o comunitario, especialmente a los que han sido recomendados por la Iglesia (cf. SC 13; 60; 105; 111)34.
V EL DERECHO LITÚRGICO, AL SERVICIO DE LA PASTORAL LITÚRGICA

Las normas y las orientaciones de los actuales libros litúrgicos y las rúbricas que regulan el desarrollo de las celebraciones tienen una finalidad esencialmente pastoral, al servicio de los fines de la liturgia.

1. Noción

Por derecho litúrgico se entiende el conjunto de leyes que han de observarse en las celebraciones litúrgicas, o también el complejo normativo que regula la función santificadora y cultual de la Iglesia . Dentro del derecho general de la Iglesia, las leyes litúrgicas tienen una fisonomía particular, ya que se encuentran en los libros litúrgicos, tanto en los praenotanda como en las rúbricas, y en diversos documentos de la autoridad competente . El Código de Derecho Canónico reconoce la existencia de la normativa litúrgica con fuerza de ley, aunque no esté recogida en la ordenación canónica: «El Código, ordinariamente, no determina los ritos que han de observarse en la celebración de las acciones litúrgicas; por tanto, las leyes litúrgicas vigentes hasta ahora conservan su fuerza, salvo cuando alguna de ellas sea contraria a los cánones del Código» (CDC, c.2) ".

La normativa litúrgica expresa muchas veces las exigencias del derecho divino, especialmente cuando se refiere a la eucaristía y a los sacramentos. La fidelidad a las disposiciones litúrgicas es requerida por la naturaleza misma de su objeto, que son las
celebraciones de la Iglesia, acciones que nunca son privadas, sino que pertenecen al entero cuerpo eclesial (cf. SC 26).
 

  1. Autoridad litúrgica

Aunque ya ha sido mencionada, conviene precisar dónde radica la autoridad sobre la liturgia de la Iglesia. El Concilio Vaticano II estableció los principios, recogidos y sistematizados en el c.838 y en otros cánones del CDC, de manera que se puso fin al uniformismo que había regido la liturgia en los últimos cuatro siglos de la historia de la Iglesia, y se abrió el camino a una legítima variedad dentro de la unidad. Los cambios más significativos se refieren al papel del obispo diocesano y al de las Conferencias Episcopales. El obispo tiene el deber de moderar, promover y custodiar toda la vida litúrgica de la Iglesia que le ha sido confiada . Las Conferencias Episcopales, según el CDC, c.838, 3, y los actuales libros litúrgicos tienen competencias en las traducciones y adaptaciones de los ritos, en la publicación de rituales particulares y en la inculturación de la liturgia.

La Santa Sede tiene autoridad respecto de la ordenación de la liturgia en la Iglesia universal y, particularmente, dentro del Rito Romano, publicando las ediciones típicas de los libros litúrgicos y aprobando las traducciones en las lenguas vernáculas (cf. CDC, c.838, 2; cf. SC 36, 3) y otros actos de las Conferencias Episcopales.

3. El espíritu del actual derecho litúrgico

Los actuales libros litúrgicos, de acuerdo con las prescripciones del Concilio Vaticano II, tienen siempre en cuenta la participación de los fieles (cf. SC 31). Por tanto, no basta con asegurar todo lo que es necesario para la validez y la licitud de los actos sacramentales, sino que ha de favorecerse la participación consciente, activa, interna y fructuosa de los fieles (cf. SC 11; 33; 59). Por este motivo las orientaciones generales —praenotanda— y las rúbricas de los actuales libros litúrgicos contienen unas buenas dosis de teología, de espiritualidad, de pastoral y, en definitiva, de mistagogia. Todo ello sin merma del carácter vinculante y obligatorio, especialmente cuando se trata de normas esenciales que afectan a los ritos y a la estructura de los
sacramentos. Junto a esta característica de las normas litúrgicas, se puede apreciar también la voluntad de favorecer al máximo una sana creatividad y la adaptación a los diversos grupos, regiones y pueblos (cf. SC 38), y aun a las condiciones de los fieles, según la diversidad de órdenes, funciones y participación (cf. SC 26; 34, etc.). Ahora bien, realizar esta adaptación corresponde tan sólo a la autoridad eclesiástica competente (cf. SC 39; 63b, etc.), no a los simples ministros, de manera que «nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la
liturgia» (SC 22, 3; CDC, c.846, 1). No obstante, en todos los libros litúrgicos se establecen aquellos elementos que se dejan a la elección y al buen sentido pastoral de los ministros: formas de realizar un rito, lecturas, cantos u otros textos.