Motivación
Nos
encontramos ante un nuevo ciclo litúrgico. Estamos a las puertas de un
Adviento nuevo y en el contexto de un retiro. Es importante que nos dejemos
acoger por Dios que se acerca a nuestras vidas a través de su Palabra. Es
hermoso prestar unas horas de nuestras múltiples tareas comunitarias y
pastorales, de nuestros incansables y celosos trabajos, para dejar a Dios
actuar en nuestras vidas. El quiere hacerse cercano a nosotros para que podamos
también nosotros participar de su amor. Todo invita hoy a sentirnos realmente
amados y fortalecidos por Dios que acompaña nuestras vidas.
Un poco de historia sobre el Adviento
Al principio, los cristianos no celebraban el nacimiento de
Cristo, sino únicamente su muerte y resurrección. La Pascua era la única fiesta
anual y se esperaba el retorno glorioso del Señor durante una fiesta de Pascua,
antes de que pasase la generación de sus contemporáneos. La esperanza de la
parusía se acrecentaba en la liturgia. Por eso querían acelerarla con su
oración, como testimonia la plegaria aramea, de proveniencia apostólica,
Maranatha, que encontramos en 1Cor 16,22, en Ap 22,20 y en la Didajé y que
tiene dos posibles significados: Ven, Señor, si se lee Marana Tha y el Señor
viene o ha venido si se lee Maran Atha.
A partir del s. IV se generalizó la celebración de la Navidad. San
Agustín, hacia el año 400, afirmaba que no es un sacramento en el mismo sentido
que la Pascua, sino un simple recuerdo del nacimiento de Jesús, como las
memorias de los Santos. Por lo tanto, no necesitaría de un tiempo previo de
preparación o de uno posterior de profundización. Sin embargo, 50 años más
tarde, san León Magno afirmó que sí lo es. El único sacramento de nuestra
salvación se hace presente cada vez que se celebra un aspecto del mismo, por lo
que la Navidad es ya el inicio de nuestra redención, que culminará en Pascua.
Estas consideraciones posibilitaron su enorme desarrollo teológico y litúrgico
hasta formarse un nuevo ciclo celebrativo, distinto del de Pascua, aunque
dependiente de él. En Pascua se celebra el misterio redentor de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo. En Navidad se celebra la encarnación del Hijo
de Dios, realizada en vistas de su Pascua, ya que «por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación, bajó del cielo […] y se hizo hombre», como dice el
Credo.
A medida que Navidad-Epifanía fue adquiriendo más importancia, se
fue configurando un periodo de preparación. Las noticias más antiguas que se
conservan provienen de las Galias e Hispania. Parece que se trataba de una
preparación ascética a la Epifanía, en la que los catecúmenos recibían el
bautismo. Pronto se les unió toda la comunidad. La duración variaba en cada
lugar. Con el tiempo, se generalizó la práctica de cuarenta días. Como
comenzaba el día de san Martín de Tours (11 de noviembre), la llamaron Cuaresma
de san Martín o Cuaresma de invierno.
San Gregorio Magno redujo la duración del Adviento en Roma a
cuatro semanas. Durante mucho tiempo convivieron las dos fórmulas, aunque a
finales del s. XII se impuso definitivamente el uso breve. Las cuatro semanas
evocaban la espera mesiánica del Antiguo Testamento, porque se interpretaban
como el recuerdo de los cuatro mil años pasados entre la expulsión de Adán del
Paraíso y el nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época.
Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia
reintrodujo el Aleluya los domingos en las antífonas del Oficio, lo que se ha
conservado hasta el presente, extendido a los otros días de la semana. Los
predicadores subrayaron cada vez más el recuerdo de la historia previa al
nacimiento de Cristo, haciendo de la dimensión escatológica (tan importante al
principio) algo secundario. Ésa ha sido la característica predominante durante
siglos.
4.
La triple venida del Señor
Las celebraciones de la Iglesia son memoriales; es decir:
1. Recuerdo de
acontecimientos pasados,
2. promesa de
realidades futuras y
3. actualización
sacramental de lo que se celebra.
Meditando en la venida pasada de Cristo y preparando su venida
futura, aprendemos a reconocer su venida presente. Comprendemos que Cristo está
viniendo en cada acontecimiento y que tenemos que estar despiertos para
acogerle. Para quien lo recibe en la fe, su venida se convierte en salvación.
Quien lo rechaza, pierde la oportunidad que se le ofrece y permanece en la
condenación.
El Señor vino. Durante el Adviento, la Iglesia mira al pasado: a
las esperanzas de Israel, a las promesas de los profetas y a su cumplimiento en
Cristo: el Hijo de Dios se hizo hombre para que los hijos de los hombres
pudiéramos llegar a ser hijos de Dios. Porque Jesús vino y se ha quedado entre
nosotros, en nuestros días no es necesario subir al cielo o bajar al abismo
para encontrar a Dios (cf. Rom 10,6-7).
El Señor vendrá. En Adviento, al mismo tiempo que se hacen
presentes las obras pasadas de Dios, la Iglesia mira al futuro: a la
manifestación gloriosa de Cristo y a la nueva Jerusalén, que descenderá del
cielo; cuando la humanidad redimida entrará en el Paraíso verdadero, del que el
jardín del Edén era solo anuncio profético, y vivirá la vida de Dios para
siempre. Cumpliendo sus promesas, Jesús vendrá para llevar a plenitud su obra
salvadora. La liturgia anticipa proféticamente el cumplimiento pleno de sus
promesas y nos permite pregustar la vida eterna.
El Señor viene. La liturgia actualiza de una manera misteriosa lo
que recordamos (como ya sucedido) y lo que esperamos (como suceso futuro), por
lo que podemos hablar de tres venidas del Señor: la que tuvo lugar hace más de
2000 años, la que se realizará al final de los tiempos y la presente, en que
ambas se actualizan: Jesús viene, se hace presente entre nosotros. Por eso, la
Sagrada Escritura llama a Jesús «el que es, el que era y el que viene» (Ap 1,8)
y dice que «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Este argumento ha sido
propuesto continuamente por los autores espirituales, que insisten en la
perenne actualidad de la venida del Señor a nuestras vidas.
Es significativo que las primeras oraciones del Adviento inviten a
tomar conciencia de la perenne actualidad de la visita de Dios: «Anunciad a
todos los pueblos y decidles: “Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”». La
Iglesia comienza su año litúrgico afirmando que Dios viene. Anuncia que el
mismo que nació en Belén y volverá para llevar todo a plenitud, viene hoy.
Viene porque somos importantes para Él. Viene para liberarnos de todo lo que
nos impide ser felices. Viene para darnos su vida eterna. Y lo hace
especialmente por medio de la Iglesia y de su liturgia. Esta venida actual hace
significativo el Adviento y asegura que el cristianismo no es solo una hermosa
utopía.
Todos sabemos que el cristianismo no es, en primer lugar, un
conjunto de doctrinas o de normas morales, sino una persona: Jesús de Nazaret,
el encuentro con Él y con la Buena Noticia de su amor. Esto es precisamente lo
que celebra el Adviento: que Jesús viene a nosotros y que podemos encontrarlo.
Si el Señor llama a nuestras puertas, es natural que la Iglesia nos invite a
velar, para evitar que su llegada pase desapercibida. Las lecturas de estos
días insisten: «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt
24,42); «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13,33ss); «Estad
siempre despiertos» (Lc 21,35).
Velar es despertar. Velar es acoger el perdón. Despertar del sueño
es aceptar la propia verdad, la propia debilidad, y pedir perdón. Solo los que
toman conciencia de sus faltas comprenden que siguen necesitando de Cristo, y
pueden orar con humildad: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos
salve»; es decir: que tu gracia nos vuelva a iluminar y restablezca en nosotros
la luz del bautismo, ahora «oscurecida» por el pecado. En el camino de la vida,
el creyente puede sentirse débil, afligido por el cansancio y los escándalos
que se multiplican y le roban la ilusión de pertenecer a la Iglesia de Cristo.
Parece que la oscuridad lo envolviera y que la llama de la fe se debilitara…
Ése es el momento de pedirle que su luz nos restaure, es el momento de redescubrir
el sentido del Adviento, para acoger con humildad a Cristo, que viene siempre
«a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
Velar es optar por Cristo. Por desgracia, en ocasiones, también
los consagrados nos dejamos arrastrar
por las seducciones del mundo. Por eso, Jesús advierte con realismo: «Velad en
oración para no caer en la tentación, porque el espíritu está decidido, pero la
carne es débil» (Mt 26,41). Hemos de estar atentos para que la gracia de Dios
no se desperdicie en nuestras vidas (cf. 2Cor 6,1). La Iglesia invita siempre a
velar
Poneos en camino. Preparad el
camino del Señor
Movido por su amor, Dios envió al mundo a su propio Hijo, para
librarnos del pecado (cf. 1Jn 4,10) y convertirnos en hijos suyos (cf. Gal
4,4ss). Ante este don, la respuesta lógica debería ser la acogida agradecida y
la obediencia de la fe.
El Bautista en el desierto nos invita a preparad el camino del
Señor, a caminar seguros con la certeza que Dios está con nosotros. No es la
primera vez que celebras el Adviento, tampoco es la primera vez que participas
en un retiro. Tal vez la Palabra de Dios resuene en ti repetitiva, sin fuerza y
sin vigor. Es el momento de salir de nosotros mismo y hacer caso al Profeta,
que en definitiva, significa escuchar a Dios y ponerse en camino.
Tal vez al iniciar el camino, descubras quien eres, midas tus
fuerzas, tus ilusiones,. Tus ganas… Tal vez te desanimes porque veas tus
inconsistencias, tus fracasos, la ilusión perdida por una vida religiosa
maltrecha, rutinaria y cansada. Tal vez te veas arrastrado muchas veces por tus errores, por tu pasado o incluso por tu pecado. Dios te está llamando para que
te pongas en camino con la certeza que El es quien te llama y te capacita para
hacerlo.
No temas verte así: cansado, malhumorado, sin fuerzas, lleno de
inconsistencias, no temas. El ha venido para ser misericordia en tu vida. En este Año Santo, podremos realizar la
experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias
periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente
crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo
hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su
grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos
ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a
aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a
curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la
indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide
descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para
mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas
privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de
auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que
sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad.
Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la
indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el
egoísmo. MV, 15
El
año de la misericordia debe despertar en nosotros ese gran deseo de acercarnos
al Dios que tanto nos ama y tanto nos perdona. ¡Si fuéramos capaces de entender
la misericordia de Dios!. Este es el Adviento de la misericordia, puesto que
para el siguiente ya habrá concluido el año santo. ¿Has pensado cómo Dios
contempla tu vida y cómo te contemplas a ti mismo?; ¿has pensado cómo Dios ama
y mima a tu comunidad?.
Cuántos
desánimos y tristezas nos vienen muchas veces motivados por nuestras relaciones
fraternas en la vida de comunidad. Cuántas energías agotadas cuando no
entendemos la misericordia de Dios que pasa por la vida de cada uno de mis
hermanos de comunidad. Seamos misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la
misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por
siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando
lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas
palabras: « Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en
socorrerme » (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya
el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos
de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en
permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su
compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos.MV 14.
Es el momento de preparar el camino de la
misericordia con nosotros mismo y con nuestros hermanos y hermanas de
comunidad. El el momento de dejarnos reconducir por Dios. Es el momento de
anunciar.
Todo ser humano necesita de esperanzas que le mantengan en el
camino. Las dos primeras semanas de Adviento anuncian la gran esperanza, la
salvación definitiva que puede dar un sentido a nuestras caídas y sufrimientos,
a nuestro presente, aunque a veces sea fatigoso.
Estad siempre alegres en el Señor
El tercer domingo de Adviento, llamado de Gaudete, recibe su nombre
de la primera palabra del introito de la misa, tomado de un texto de san Pablo:
«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está
cerca» (Flp 4,4-5). El gozo por la cercanía de Navidad se refleja en las flores
de los templos, en la música y en las vestiduras litúrgicas, que por un día
dejan el morado penitencial para transformarse en rosa.
La liturgia invita al gozo por la venida del Señor, al que llama
«alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada» e invita a celebrar «con
alegría desbordante» la Navidad, a la que define como «fiesta de gozo» para
todos los creyentes. Haciéndose eco de las promesas de los profetas (Zac 2,14;
Sof 3,14-18; Jl 2,23-27; etc.) y del saludo del ángel a la Virgen María (Lc
1,28), invita a la alegría a la ciudad de Dios, que es figura de toda la
Iglesia: «Alégrate, Jerusalén, porque viene a ti el Salvador». Incluso llega a
pedir que se alegre toda la naturaleza ante la llegada del Señor: «Destilen los
montes alegría, porque con poder viene el Señor, luz del mundo».
La cercanía del Señor es fuente de alegría. «El Señor está cerca».
Estas palabras revelan la esencia del Adviento y del cristianismo en general.
La cercanía del Señor y de su juicio no despierta temor en los creyentes, sino
alegría, porque viene para salvarnos. Todo el evangelio es un gozoso anuncio
del amor de Dios, manifestado en Cristo. La liturgia de Adviento lo recuerda de
una manera especial. Somos dichosos porque ya no estamos en la situación de los
justos que esperaron en el cumplimiento de unas promesas lejanas en el tiempo
(cf. Mt 13,16-17). El Señor ha venido y se ha quedado. Tampoco hay que ir a
buscarlo a sitios lejanos, ya que está más cerca de nosotros que nosotros
mismos. Porque el Señor está cerca, la Iglesia se goza como la esposa en
compañía de su Amado. A pesar de las contradicciones y de las zozobras, la
cercanía del Señor es fuente de alegría y paz.
San Agustín describe
a la alegría con la palabra “hilaritas” que significa la alegría de aquel que
se siente amado por el Señor. Y también en varios de sus sermones explica que
la verdadera alegría cristiana nace de la caridad y se propaga a través de la
caridad.
La tercera semana del Adviento nos recuerda esta dimensión de la
alegría cristiana ya anunciada por el Bautista. El Evangelio del tercer domingo
nos presenta un programa de vida: “En
aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan: Entonces: ¿Qué hacemos? Lc
3,10. La respuesta la encontramos en la misma Palabra de Dios a través de una
serie de consejos que el Bautista ofrece a sus seguidores. Pero la respuesta
está también en el corazón de cada uno de nosotros: la caridad para con
nosotros mismos y la caridad para con los demás.
Misericordia y
caridad deben caminar juntas en el programa de Adviento personal y comunitaria.
Deben formar parte de uno de esos adornos que comenzamos a colocar y que
siempre son los mimos. ¡Qué bueno sería que el verdadero adorno navideño de
nuestras comunidades sea la caridad, el perdón, la misericordia, y la alegría.
¡Cuántos rostros amargados en nuestras comunidades! ¡Cuántos desplantes,
sinsabores, siempre malhumorados, justificándos y aferrándonos a una serie de
reglas y normas de las constituciones para justificarnos ante Dios y ante los
hombres. De poco sirven nuestras reglas y constituciones si no están repletas
de misericordia y perdón
De por sí, toda la liturgia de Adviento es una invitación a la
alegría. Incluso en medio de la oscuridad, los cristianos deben alegrarse
porque «el Señor está cerca». Él no abandona a los suyos en la prueba. Los
cristianos estamos invitados a compartir con los demás de la alegría que
celebramos, la que brota del encuentro con Cristo.
Ponerse en camino
El 17 de diciembre la Iglesia latina comienza la segunda etapa del
Adviento, dedicada a preparar más directamente las fiestas navideñas, lo que
imprime un carácter especial a las lecturas y oraciones de la liturgia. A
partir de ese día, en las primeras lecturas de la misa se proclaman las
promesas mesiánicas de los profetas, que encuentran su cumplimiento en las
primeras páginas de los evangelios de san Mateo y san Lucas, que se leen a
continuación. Allí se presentan las escenas inmediatamente anteriores al
nacimiento del Señor: anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, visitación de
María a Isabel, cánticos de Zacarías y de María, genealogía de Jesús.
El prefacio para los últimos días del Adviento nos dice: «Es justo
darte gracias, Padre, por Cristo, a quien los profetas anunciaron, la Virgen
esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después
entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al
misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en
oración y cantando su alabanza».
Es importante anotar varios datos: los
personajes que aparecen indicados en el prefacio: Los profetas, María y Juan
Bautista son personas que se pusieron en camino para anunciar la salvación de
Dios, la cercanía de Dios en medio de su pueblo. Nuestra vida consagrada posee
en sí misma una gran dimensión profética, de testimonio, anuncio. El último
domingo del Adviento, la iglesia pone los ojos en María porque de Ella nos
viene la salvación de Dios. En el pasaje de éste año la vemos peregrina hacia
la montaña para visitar a su prima Isabel y comunicar el gozo, la alegría
desbordante de tener al mismo Dios en sus entrañas.
También a nosotros se nos invita a ser
profetas de misericordia. El Papa, en la Bula del año santo convoca a los
misioneros de la misericordia:Durante la Cuaresma
de este Año Santo tengo la intención de enviar los Misioneros
de la Misericordia. Serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia
por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este
misterio tan fundamental para la fe. MV 18.
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