jueves, 2 de junio de 2016

EL CAMINO DE LA ORACIÓN AGUSTINIANA






A la hora de presentar qué es la oración, san Agustín parte de una noción muy sencilla: orar es hablar, dialogar con Dios tu oración es un diálogo con Dios; cuando lees las Escrituras Dios te habla; cuando rezas, tú hablas a Dios (En in ps 85,7). Es una comunicación, pues, que se establece con Dios a través de la Escritura, la palabra, medio privilegiado para comunicar el pensamiento y la voluntad propia.
Este diálogo tiene como punto de partida la fe; éste es un vehículo necesario, sin el cual es imposible la oración. San Agustín explica este elemento recurriendo constantemente a un texto paulino, Rm 10,13-14: Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará –Jl 3,5-. Pero, ¿cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?
Desde la fe, fundamental para entrar en contacto con Dios, San Agustín nos propone un camino muy sencillo para entrar en diálogo, en oración con el Señor. Dicho camino tiene cuatro pasos o fases.
El primero es  la interioridad, camino que el Santo nos propone para avanzar seguros en oración: "No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo: en el hombre interior mora la verdad" (Vera. rel. 39,72). Este sería el primer paso: No quieras derramarte fuera. Es la mística del desapego, de la liberación de tus dependencias, de poner la razón de tu vivir en los valores externos, de ser un puro eco de los estímulos que te impactan, del hecho de que sea la vida la que te vive a ti, en lugar de ser tú quien vives la vida.
La vida, el mundo, las cosas…Yo mismo… mi mente, mis recuerdos, mis miedos, mis inconsciencias… todo hace que mi vida  se encuentre dispersa. El desapego de las cosas… El desapego de mi imagen, mi historia, para hacerla historia de Dios.

El segundo paso es importante, es la clave de la interioridad agustiniana: Entra dentro de ti mismo. Busca tu propia consistencia y liberación internas; sé tú mismo. Trata de entenderte por dentro porque es dentro de ti donde se encuentra tu verdad y la Verdad que es Cristo. Descubre lo que hay en ti. Incluyo aquello que no quieres de ti. Amate a ti mismo, quiérete como eres, acepta tu historia, acepta tus errores, acepta tu pasado…Todo es historia de Dios en ti…Dios se revela en tu historia.
Esta clave abrió la mente y el corazón de san Agustín para descubrir el grana mor de Dios en su vida, a pesar de sus errores y de sus flaquezas. En este año de la misericordia que celebramos, estamos invitados a experimentar la dulzura y la misericordia infinita de Dios que pasa por nuestra vida a través de su amor.

El tercer paso significa la total apertura a  Dios: Trasciéndete a ti mismo. En ti vas a encontrar de todo: luces y sombras, valores y arbitrariedades, convicciones y contradicciones, deseos nobles y sentimientos mezquinos: "Todo el que dirige su mirada a su interior, se ve pecador" (lo. evo tr. 33,5).
Remóntate, entonces, a lo que hay de más noble y elevado en ti mismo. Y desde ahí, a la fuente de donde procede cuanto de bueno, verdadero y valioso hay en ti. Alcanzarás a Dios, y en Dios te reencontrarás a ti mismo y el verdadero valor y significado de lo demás y los demás.
El cuarto paso es lo que llamamos la contemplación agustiniana: Vive ahora toda la realidad que te rodea desde tu interioridad. Algo tan sencillo como ver en todas las cosas la presencia de Dios. Cuando queremos de verdad tomarnos en serio la vida de oración, el gran objetivo que deseamos alcanzar es precisamente éste: Ver el rostro de Dios en todas las cosas. A esto nos invita san Agustín, a disfrutar de esta verdadera alegría del Espíritu y gemido del corazón.
   El camino de la interioridad agustiniana,  no es para entrar y quedarse en ella, sino para salir nuevamente a las realidades externas, a nuestras relaciones y compromisos, con una mirada nueva y un corazón nuevo. Mirar todas las realidades con los ojos de Cristo y mirar al hermano con el amor de Cristo y amarle desde una realidad nueva. “Este es el mandamiento nuevo: amar al hermano como Cristo le ama y contempla” (S. 192,3).